Se habían apostado en los tejados de las avenidas más amplias de Trípoli, un escenario ideal para que los francotiradores realicen disparos certeros contra los combatientes revolucionarios recién llegados de las montañas. Y también en los alrededores del complejo de Muamar Gadafi de Bab el Aziziya, uno de los lugares donde se presume que podría hallarse el líder libio. Cientos de hombres aún leales al coronel y a su agonizante régimen formaron durante toda la jornada de ayer pequeñas bolsas de resistencia en el casco urbano de la capital libia y se atrincheraron en ellas, intentando, en vano, impedir el avance de los milicianos rebeldes.

Aterrorizada por los tiroteos, la multitud que había recibido la víspera con vítores a los guerreros opositores desapareció de las calles y se parapetó en sus casas, a la espera de que la situación se estabilice y desaparezca el peligro de recibir el impacto de una bala perdida.

El principal interrogante en estos momentos de extrema confusión en Libia reside en el paradero de Muamar Gadafi tras la detención de dos de sus hijos. Un tercero, Mohamed, se escapó al parecer de sus captores. Algunas fuentes aseguraron que Gadafi se encuentra en Sirte, su ciudad natal, en el centro del país, que todavía le es fiel. Otras indican que

podría haber abandonado Libia. Por el momento, todo son especulaciones y rumores sin confirmar. En su último mensaje de voz, difundido el domingo, Gadafi prometió que se mantendría en Libia «hasta el final».

Lo único que se sabe a ciencia cierta es que el Consejo Nacional de Transición (CNT), el Gobierno provisional formado en Bengasi tras el triunfo de la revolución en este del país hace seis meses, decidirá por votación la suerte que reserva a Seif al-Islam, el hijo más influyente del coronel, capturado por los rebeldes. Es decir, si lo entrega al Tribunal Penal Internacional, que ha emitido una orden de arresto, o lo juzga en Libia.

Pero, más allá de arrestar al dictador libio o de juzgar o no a sus vástagos en el país, la tarea más urgente con las que se enfrentan las columnas de rebeldes que durante todo el día continuaron convergiendo en Trípoli era eliminar los reductos de resistencia gadafista y, sobre todo, conjurar la amenaza de que se desate una ola de pillajes. Los periodistas que acompañaban a los combatientes en su avance por las calles de Trípoli dieron cuenta de constantes intercambios de fuego y de incluso de combates urbanos con armamento más pesado, incluyendo baterías antiaéreas.

Pese a que la coordinación entre las diferentes unidades de revolucionarios era aún bastante deficiente, los comandantes militares rebeldes parecían haber aprendido de los errores cometidos en el inicio de la revolución, en febrero pasado, y conminaban a los jóvenes milicianos a ralentizar los avances y a asegurar el terreno antes de progresar para cerciorarse de que la zona estaba libre de francotiradores. Se trataba, en fin, de frenar el ardor guerrero que tanto daño y muertes les causó en los albores de la insurrección.

La prueba más fehaciente de que los recién llegados a Trípoli no las tenían todas consigo la daban las numerosas banderas verdes que aún ondeaban por toda la ciudad. En la mayoría de los casos, los milicianos no osaban arriarlas y sustituirlas por insignias tricolores revolucionarias por miedo a ser identificados y abatidos por algún tirador de élite.

El Gobierno provisional, por su parte, es consciente de que las próximas horas sus acciones serán examinadas con lupa por la opinión pública internacional y se está empleando a fondo para evitar que Trípoli se convierta, en los días a venir, en una calcamonía del Bagdad del 2003 tras la caída de Sadam Husein. El pillaje de sedes oficiales y museos y el caos que se desató entonces en la capital iraquí lastró para siempre la credibilidad y la reputación de las tropas estadounidenses que acababan de ocupar el país árabe.

MIEDO A LOS SAQUEOS / Por esta razón, el Consejo Nacional de Transición se apresuró a informar ayer que representantes suyos estaban ya en Trípoli contactando con dirigentes del Gobierno para conminarles a que se mantuvieran en sus puestos de trabajos y no crearan vacíos de poder en oficinas y empresas que pudieran ser aprovechados por saqueadores.

En el exterior, todo el mundo daba ya como muy próximo el final del régimen gadafista. Numerosas embajadas libias arriaron la bandera verde e izaron la revolucionaria. Anders Fogh Rasmussen, secretario general de la OTAN, cuyos aviones bombardean desde abril las posiciones gadafistas, proclamó exultante que el régimen de Gadafi se había «hundido definitivamente». El presidente de EEUU, Barack Obama, cuya opinión pública observaba con inquietud la falta de progresos en la guerra de Libia, declaró que el desmoronamiento de la dictadura había alcanzado «un punto de no retorno». El jueves se reunirá en Turquía el grupo de contacto sobre Libia.