CARRERA HACIA LA CASA BLANCA
"¿Siria? No sé qué decir"
Seguidores del presidente Obama siguen sin mucho interés el debate desde un bar de Ohio
RICARDO MIR DE FRANCIA
Frente a un pobre armadillo disecado, en un bar con carteles sindicales y viejos retratos de Kennedy, Patricia Ledemer le dice a su amigo Walter Brown que piensa votar a Mitt Romney en noviembre. "¿La oyes? Así somos los americanos. Un país donde la gente vota en contra de sus intereses de clase", dice Brown con sorna. "Esta mujer da clases en un colegio por las mañanas y cuida a discapacitados por la tarde y ¿a quién va a votar?, a un republicano". Ledemer da un trago a un cóctel. "Qué quieres que te diga, al final uno acaba eligiendo al menos malo de los candidatos", replica.
La escena se acabará ahí porque en el Royal Oak, un bar de tradición obrera en la pequeña ciudad industrial de Youngstown (Ohio), la dueña no tiene ninguna intención de conectar con el tercer y último debate entre Barack Obama y Mitt Romney. "¿Más política? No, gracias", dice con absoluto desdén. Lo que significa que no va a ser fácil encontrar otro sitio para ver el último envite presidencial. En el V2, una trattoria italiana con cierta tradición política, el dueño se excusa. "Es lunes por la noche, en cuanto vaciemos las mesas nos vamos a casa". Su amable portazo no deja más opción en el centro de la ciudad, prácticamente mudo si no fuera por unos vagabundos que discuten animadamente en la esquina de un 7Eleven, que el Lemon Groove, un restaurante que, por lo que parece, sirve de barra a la parroquia demócrata local.
Aquí está el presidente del partido en el condado de Mahoney, David Betras, escoltado por dos subalternos jovencísimos y trajeados que le ríen las gracias y parecen personajes de Fellini; el concejal de Youngstown, Mike Ray; y varios operativos y voluntarios de la campaña local de Obama. Pero no hay un solo republicano. "Esos viven en los suburbios y deben estar viéndolo en casa con su botella de Don Perignon", dice un Betras jocoso.
El policía del Mundo
La política exterior está teniendo poca relevancia en esta campaña. Y, la verdad, es que por estos lares interesa poco. "Mientras no nos lleven a otra guerra, no me interesa nada", dice Elisha Cotton, una empleada de los grandes almacenes Macy`s. La excepción seguramente es China, al que muchos culpan en este estado industrial de saltarse las reglas manipulando el valor de su moneda, de inundar el mercado con productos baratos o de llevarse empleos de Ohio por la supuesta competencia desleal que generan sus bajísimos salarios. "Quien sea presidente debe adoptar una posición más firme para defender mejor nuestros intereses, aunque sin entrar en una guerra comercial, en la que los dos países tenemos mucho que perder", dice el concejal Mike Ray.
Menos claras tiene las ideas respecto a otros asuntos candentes. ¿Irán? "Es un tema muy complejo..." ¿Y Siria? "No sé qué decirte". El camarero, Andrew Emig, un ingeniero que estudió una temporada en Valencia, sí tiene una idea definida de cuál debería ser la impronta del próximo presidente. ""Como decía Teddy Roosevelt, quiero que hable suave pero lleve una vara en la mano. Dicho esto, no deberíamos seguir siendo el policía del mundo, sino intervenir únicamente cuando estén en juego nuestros intereses estratégicos".
No todo el mundo sigue el debate con atención, pero la frase de Obama de los "caballos y las bayonetas" pone a varios parroquianos en pie. Ríen y aplauden. "Lo de engordar el Ejército funciona bien con las bases republicanas, pero no se quieren dar cuenta ya no estamos en la segunda guerra mundial. La tecnología ha cambiado la forma de hacer la guerra. Hoy nos basta un Ejército más pequeño y preciso", expone Rusell Williams después del debate.
En el Lemon Groove de Youngstown nadie dudaba anoche sobre el vencedor del debate. Y eso que algunos apenas lo vieron. Pero es que, como decía Amy Cooper, "a estas alturas prácticamente todo el mundo sabe ya a quién va a votar".
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