CONFLICTO CIVIL EN UN PAÍS ÁRABE
La guerra en el subsuelo
Los civiles sirios sobreviven a las bombas en túneles construidos debajo de sus casas Los lugareños han aprendido a saber la distancia a la que ha caído un disparo de artillería
MARC MARGINEDAS
Hace cuatro meses, las enormes placas de hormigón armado que estructuraban el esqueleto del hogar de Jalid Ahmed Abdala se desplomaron una sobre la otra como un acordeón encogido, debido a la explosión de dos proyectiles del Ejército sirio. La docena de personas que aún vivían en el vecindario habían decidido pasar la noche bajo un húmedo y frío refugio excavado en el subsuelo, lo que les permitió escapar a una muerte por aplastamiento. Husam Abdalá, sobrino de Jalid, reaccionó raudo al ataque al apartar a los niños de la escalera de acceso al escondite.
En Kafersijneh, estratégica localidad de una rica comarca agrícola del centro de Siria, a escasos kilómetros de la estratégica carretera que une Damasco con Alepo, la vida diaria ha tenido que adaptarse por la fuerza a las limitaciones impuestas por una guerra que, desde hace ya dos años, se desarrolla en sus inmediaciones.
Cazas, helicópteros y aviones de reconocimiento de cercanas bases militares de Hama y Abu al Dohur sobrevuelan a diario la población, disparando cohetes y dejando caer sus bombas con regularidad; tanques situados a pocos kilómetros bombardean frecuentemente el centro de la localidad, que muestra al recién llegado un sobrecogedor grado de destrucción. Y los pocos lugareños que aún no han emprendido la huida hacia Turquía perforan túneles y agujeros en las proximidades de sus viviendas para poder cobijarse en cuanto arrecian los ataques.
"Cada vez que escucho el vuelo de un avión, me escondo en el refugio; no puedo decir el número de veces que lo utilizo durante el día; hay días en que lo hago hasta 10 veces, otras no tanto", explica Jalil Ahmed Abdalá, asiendo con las manos dos fragmentos de metal retorcido, restos de los proyectiles que destruyeron casi por completo su vivienda, a excepción de una única habitación donde ha agrupado algunos muebles y una nevera convertida en despensa debido a la falta de suministro eléctrico. Mientras habla levanta la vista y observa un avión, cuyo vuelo, a gran altura, no parece resultarle amenazador.
Muy poco pueden hacer las fuerzas rebeldes locales, agrupadas en la liua (batallón) Deraa al Saiqa y comandadas por el capitán Abú Abdala, para contrarrestar los bombardeos de la aviación. Las únicas armas que pueden emplear son tres o cuatro ametralladoras DshK ensambladas a camionetas pick-up, con un radio de acción de 2.000 metros e incapaces de inquietar a una aviación que "vuela a 5.500 metros de altura", se lamenta Abú Abdala.
Vibraciones en el suelo
El dominio de los cielos por parte de las Fuerzas Aéreas sirias --y por ende, la calidad de vida de los habitantes de Kafersijneh-- cambiaría de inmediato de signo si desde Occidente "tal y como vienen diciendo, se nos enviara armas antiaéreas".
Pero mientras esperan, la existencia se hace más difícil para los necesitados habitantes de Kafersijneh. Los que han preferido quedarse, por voluntad propia u obligados por las circunstancias, son ya capaces de determinar la distancia a la que ha caído un disparo de artillería gracias a las vibraciones del suelo. Los que cuentan con menos recursos sobreviven gracias a los suministros de comida que efectúa la oposición, limitados a patatas o arroz.
Como condimento, los lugareños usan una hierba local, denominada al jubaisa, que recogen en los espacios abiertos y cunetas y que, a decir de los vecinos, es rica en vitaminas y magnesio. Una dieta de guerra que considera del todo insuficiente Ahmed Sbeikh, el único médico local, al frente de un dispensario de paredes agrietadas por los bombardeos, donde los únicos medicamentos son desinfectante, esparadrapo y calmantes. "Ni siquiera tenemos paracetamol", se queja, mientras muestra la última caja vacía que le quedaba.
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