La masiva llegada de refugiados a Alemania está destapando la cara más oscura del país. Después de que la cancillera Angela Merkel abriera las puertas a los cientos de miles de personas que huyen de la guerra, la ultraderecha se ha destapado y sus acciones violentas no han parado de crecer. Aunque los más agresivos son una minoría que no tiene representación parlamentaria, los más de 520 ataques perpetrados hasta el pasado 12 de octubre empiezan a pasar factura y a dañar la imagen del motor económico de Europa.

Por eso la Oficina Federal de Investigación Criminal advirtió de que tanto los refugiados como todos aquellos que les apoyan y ayudan pueden convertirse en el blanco de las iras de estos grupos radicales. Solo durante el primer trimestre de este año ya se registraron más del doble de las agresiones a refugiados de todo el año anterior. Además de incendios provocados en refugios para migrantes y ataques con piedras, bates de madera e incluso ácido, uno de los casos más sonados fue el pasado fin de semana, cuando un hombre apuñaló a la candidata de Merkel a la alcaldía de Colonia, la independiente Henriette Recker, la víspera de las elecciones. El atacante confesó posteriormente que cometió el atentado porque Recker --que ganó los comicios desde el hospital-- estaba de acuerdo con recibir más refugiados.

ESCEPTICISMO CRECIENTE Alemania se ha visto desbordada por la masiva llegada de refugiados. Solo en los meses de agosto y septiembre pasados llegaron más personas que durante todo el 2014. Aunque primero el Gobierno estimó la llegada de 800.000 personas hasta final de año, los últimos informes apuntan a que la cifra podría crecer hasta el millón y medio. Esas previsiones no han contribuido a calmar los ánimos. La opinión pública ha pasado de la apertura inicial a los refugiados a un mayor escepticismo y eso se ha acabado traduciendo en un golpe a la autoridad de Merkel. En el centro del debate y capitalizando ese descontento se ha situado el movimiento xenófobo Pegida, que el lunes celebró su primer aniversario reuniendo a unas 15.000 personas en Dresde contra la llegada de refugiados. "Alimentan el odio y la agitación", lamentó el ministro del Interior, Thomas de Maizière.

El auge de la visibilidad pública de los grupos radicales y del populismo xenófobo ha tenido un claro impacto en Berlín. Pero no todo se debe a la ultraderecha. El peor aliado de Merkel ha sido la CSU, el partido conservador de Baviera con quien gobierna en coalición junto a los socialdemócratas. Su líder, Horst Seehofer, ha sido una de la principales voces críticas contra las políticas migratorias de un Ejecutivo que ahora empieza a endurecer su posición en las fronteras. Una de esas medidas es la nueva ley de asilo, que permitirá a partir de noviembre la deportación de aquellos a los que no se considere refugiados. Esa decisión también sirve para calmar a las autoridades locales, que se quejan de que no dan abasto.

"Los que necesiten protección podrán quedarse y adaptarse a Alemania, pero los que vienen de lugares seguros tendrán que marcharse de nuestro país", sentenció De Maizière. La nueva acción de Gobierno se centrará en ayudar a los afectados por guerras como la de Siria, Afganistán e Irak, mientras que a la mayoría de llegados desde los Balcanes se les echará. La reacción no tardó en llegar y países como Bulgaria, Serbia y Rumanía amenazaron ayer con cerrar sus fronteras a los refugiados si Alemania también lo hacía.