Con un coste de estimado de 6.000 millones de euros, tendrá 19 kilómetros de longitud, dos carriles para líneas ferroviarias y una autopista de cuatro carriles, dos en cada sentido. El proyecto, diseñado por Stroygazmontazh, la empresa constructora de Arkady Rotenberg, un amigo personal de Vladímir Putin incluido en la lista de personalidades sancionadas, deberá estar acabado para el 2018. Es el puente que unirá la península de Crimea con el krai (región) ruso de Krasnodar, cuyas obras ha visitado el líder del Kremlin en el segundo aniversario del referendum que condujo a la anexión de un territorio, incorporación que ni Estados Unidos ni la Unión Europea están dispuestas a reconocer.

En Moscú, las autoridades rusas han conmemorado la efeméride organizando un festival patriótico junto a las murallas del Kremlin, con marchas militares y atracciones, al que asistieron decenas de miles de personas, en medio de una copiosa nevada primaveral.

"Nuestros antecesores comprendían la importancia de este puente entre Crimea y el Cáucaso e intentaron llevar a buen puerto el proyecto desde hace mucho tiempo", declaró ayer Putin, que inspeccionó los trabajos a bordo de un helicóptero. Y es que después de la anexión, las comunicaciones entre el territorio recién incorporado y Rusia constituyen la principal asignatura pendiente para Moscú, ya que solo se pueden realizar por vía marítima. Los cortes en el suministro eléctrico que padecen los hogares crimeos son la prueba fehaciente de la gran vulnerabilidad del territorio, aislado por tierra.

En el 2014, una vez consumada la anexión, 2,8 millones de pasajeros y 700.000 vehículos transitaron entre ambos márgenes del estrecho de Kerch, el brazo de mar que separa los dos territorios, a bordo de ferris. En el 2015, se estima que dicha cantidad se ha multiplicado por dos. De ahí la urgencia del Kremlin para acabar las obras.

"Crimea es nuestra; no nos importan las sanciones, nosotros no somos Europa", repetía en los aledaños de la catedral de San Basilio Tatyana, una mujer próxima a la edad de jubilación. Tatyana era una de los millares de ciudadanos que por la tarde acudió a la convocatoria gubernamental para apoyar la anexión del territorio, después de que tras la revolución de Maidán se instalara en Kiev un Gobierno proeuropeo. "No sentimos las sanciones ni la crisis económica", insiste, azuzada por compañeras llenas de fervor patrio.

Idéntico discurso, aderezado con brotes de expansionismo militar, mantenía Igor Kozyrev, de 18 años, prizivnik (mozo) a punto de hacer el servicio militar. "Crimea es nuestra, y pronto lo será Alaska", aventura, refiriéndose a la compra del territorio que en 1867 cerró EEUU con el zar Alejandro II. Otros asistentes a la manifestación se mostraban reacios a hablar con un periodista occidental.

La UE emitió un comunicado en el que mostró su preocupación por el despliegue militar ruso en el territorio y llamaba a otros países de la ONU a unirse a las medidas sancionadoras contra Moscú, en un guiño a Brasil y China, que se han abstenido de criticar al Kremlin.