«Por favor, dejadme volver a casa. Mañana tengo un examen», imploró Kian Loyd Delos a los policías que le acribillarían. Kian es el rostro que cualquier amontonamiento de cadáveres necesita para alcanzar la fibra. Su muerte ha catalizado la indignación por la feroz campaña antidroga del presidente filipino, Rodrigo Duterte, en una sociedad adormecida y condescendiente con la subordinación de los medios al fin.

Kian Loyd Delos no era más que un asiento contable en la campaña que la semana pasada se cobró más de 90 vidas en la ciudad de Manila y en la vecina región de Bulacan. Pero las cámaras de vídeo y los testigos demostraron que los agentes no le dispararon en defensa propia y apuntan a la enésima ejecución extrajudicial que se produce bajo el mandato de Duterte.

El joven de 17 años ayudaba a su padre en una humilde tienda de comestibles y estudiaba duro para ser, paradójicamente, policía. No parece precisamente el caso de un haragán drogadicto de esos que Duterte tiene la pretensión de matar a millones.

INVESTIGACIÓN / Las evidencias explican la rectificación del presidente filipino después de que hubiera calificado de «muy positivas» las decenas de muertos de la semana pasada. «Después de ver las grabaciones estoy de acuerdo en que una investigación es necesaria y, si los agentes son condenados, irán a la cárcel», concedió el pasado lunes en unas declaraciones televisivas. Tres organismos oficiales de Filipinas (el Departamento de Justicia, el Senado y la Comisión de Derechos Humanos) han emprendido sus propias investigaciones.

La indignación se ha vertido en las redes sociales. La etiqueta #kianismyson (kian es mi hijo) y la última súplica del adolescente se han viralizado. También en las calles se intuye la ventisca del cambio. Un grupo de manifestantes desafiaron la lluvia torrencial caída el pasado lunes frente al monumento al Poder del Pueblo de Manila para exigir el fin del exterminio y el enjuiciamiento de los culpables. Últimamente ha habido protestas en varias ciudades.

La muerte de Kian Loyd Delos ha roto filas en el partido en el poder. Casi una veintena de senadores aliados con Rodrigo Duterte han firmado una declaración que condena la muerte del adolescente y exige investigar los excesos cometidos en la campaña antidroga. Incluso la Iglesia católica, muy pusilánime frente a los desmanes del creyente Duterte, ha exigido ahora el final de las masacres.

Una encuesta de marzo revelaba que el caudal sangriento no había mellado la popularidad de Duterte. El 78% de los encuestados apoyaban su campaña antidroga. El tiempo dirá si Kian fue el principio del fin o un efímero brote de sensatez social.