El cadáver de una vaca sobre la mesa esperaba a la prensa extranjera en un orfanato de Pionyang. En las despensas se apretaban cajas de verduras, tofu, pescado y aceite, etiquetadas en inglés. Son regalos personales de Kim Jong-un, aclaraba la encargada: «Nos dijo que todos eran sus hijos y que cuidaría de ellos». También prometió que los 225 niños ingerirían 3.500 calorías diarias. Engordarían a un atleta de élite.

La propaganda sugiere los desvelos por alimentar a su población. La política byungjin de Kim Jong-un pretende compatibilizar la carrera militar con el reflotamiento de su economía comatosa. Todo es brumoso en Corea del Norte. Se discute cuánto le falta para conseguir un misil nuclear que arrase Washington y el grado de éxito de sus reformas con similar ardor.

La ONU describe un paisaje apocalíptico. Las inundaciones y las peores sequías en 16 años que ha encadenado Corea del Norte este año reducirán en un tercio su producción agrícola el siguiente, sostenía un estudio reciente. Dos de cada habitantes sufren malnutrición y el 70% depende del sistema de distribución estatal para sobrevivir. Las raciones han caído a 400 gramos diarios, por debajo de los 573 del objetivo gubernamental. Entre julio y septiembre del año pasado rozaban los 300. La ONU destinará 6,3 millones de dólares en alimentos para mitigar la alarma más grave desde las hambrunas que en los 90 dejaron un millón de muertos, un 5% de la población.

LOS SOLDADOS

Algunos analistas aseguran que los 1,2 millones de soldados carecen de la elemental forma física para entrar en combate. Corea del Norte destinó a Defensa entre el 2004 y el 2014 una cuarta parte de su PIB, el mayor porcentaje en el mundo.

Y en el rincón opuesto está el crecimiento económico del 3,9% de 2016, según el Banco de Corea (Seúl). Utiliza indicios por la ausencia de datos oficiales y sus estimaciones generan desconfianza en los expertos, especialmente cuando le otorgaba tasas modestas del 1% o el 1,5%. La última, señalan, es más realista.

Es aconsejable el escepticismo ante todos esos los cálculos, señala Benjamin Katzeff Silberstein, coeditor de la web North Korea Economy Watch. «Aunque pueden ser reales al mismo tiempo: la economía ha registrado un crecimiento significativo en los últimos años pero venía de unos niveles muy bajos y ha beneficiado a los diferentes segmentos de la población en diferentes grados», señala. Las condiciones de vida en general han mejorado mucho en la última década, subraya.

Kim Jong-un anunció cuando ocupó el trono en el 2011 que su prioridad era la prosperidad de su pueblo y sonó contracultural en la tradición nacional. La autosuficiencia alimentaria es indispensable cuando los sanciones ahogan su comercio internacional. «Conseguirla será como una bomba de hidrógeno hacia nuestros enemigos», clamó en julio el diario oficial Rodong Sinmun. La misión es ardua porque los desastres naturales se alían con la orografía montañosa del 70% de su territorio. El último plan quinquenal introduce mejoras de explotación para doblar la producción de grano en el 2030.

En esa reciente visita a Pionyang era evidente el empeño gubernamental por mostrar los éxitos económicos y su inmunidad a las sanciones. Una piscifactoría de la capital produce 2.500 toneladas de siluro anuales destinados a colegios, hospitales y mercados de la ciudad. Algunos ejemplares pasarían por ballenas. La nueva especie autóctona es la mezcla de hembras húngaras y machos egipcios. Fue idea de Kim Jong-un, también experto en manipulación genética, que quintuplicó la producción anual. «Todo es local: la tecnología, la maquinaria y el pienso, que antes teníamos que importar», señalaba con sobrado orgullo Hong Sun Gwon, jefe de producción. Los locales entrevistados por este diario corroboraban que el pescado se había multiplicado en los mercados en los últimos años. También en los supermercados que empiezan a salpicar la capital abundan chocolates, galletas o patatas fritas locales que sustituyen a las chinas.

Kim Jong-un ha incentivado unas incipientes reformas que recuerdan sin remedio a las chinas. ¿Se preocupa más que sus predecesores en el bienestar del pueblo? «La respuesta corta es sí. Ha dejado más margen a los mercados, y gran parte de la población está involucrada en ellos», responde Stephen Haggard, autor de un libro sobre las hambrunas de los años 90. Recuerda que es un país pobre, que la inversión prioriza la capital y que las desigualdades han aumentado en una sociedad orgullosamente socialista. «Las sanciones limitarán el desarrollo y con China participando activamente en ellas es muy probable que la economía recaiga en sus problemas este año», vaticina.