Alvanei Xirixana pertenecía a la nación yanomami que se extiende por miles de uno y otro lado de la extensa frontera que separa a Brasil de Venezuela. Él murió a los 15 años en el principal hospital de Boa Vista, unos 4600 kilómetros al norte de Sao Paulo. Había llegado a la capital del capital del estado brasileño de Roraima con fiebre y nunca más volvió a su aldea Rehebe, cerca del Uraricoera, el río que los buscadores de oro recorren con sus ensoñaciones de enriquecimiento a toda costa. Los integrantes de esa comunidad que han presentado síntomas fueron aislados y se les están llevando exámenes.

El desgraciado desenlace Xirixana se conoció el pasado viernes mientras buena parte de ese país observaba estupefacto como su presidente, Jair Bolsonaro, ponía en escena su más alto grado de indiferencia ante el coronavirus al rascarse la nariz y luego estrechar manos de seguidores en Brasilia. Los dos episodios están conectados y por eso tanto expertos sanitarios como antropólogos hicieron sonar las alarmas ante la posibilidad de que el covid-19 llegue a las poblaciones más vulnerables. Entre ellos están, naturalmente, los 850.000 indígenas que habitan distintas zonas del gigante sudamericano. A las amenazas de la devastación forestal y minera y la pérdida de derechos desde que gobierna la ultraderecha se ha sumado ahora la pandemia.

Riesgo de genocidio

Hasta el momento, el coronavirus mató a 1.328 personas e infectó a otras 23.430. Sin embargo, los investigadores aseguran que Brasil tiene 225.000 casos positivos no reportados. En este contexto, el problema de los pueblos originarios adquiere en Brasil su dimensión inquietante. El Ministerio Público Federal le ha advertido que existe riesgo de genocidio. "Las epidemias y las altas tasas de mortalidad por enfermedades transmisibles han contribuido significativamente a reducir el número de indígenas que viven en territorio. Las enfermedades del sistema respiratorio siguen siendo la principal causa de mortalidad infantil en su población", señalaron a su vez 32 procuradores. Ellos han pedido al Ejecutivo la inclusión de los pueblos indígenas en un grupo prioritario para la vacunación contra la gripe, el suministro de alimentos y el envío a las aldeas de productos de higiene. "Numerosas tierras sufren invasiones de mineros, madereros, entre otras actividades criminales, que inducen un flujo constante de personas no indígenas en estos territorios, lo que hace que las políticas de salud y aislamiento social sean ineficaces. Los procuradores consideraron que, frente a esas circunstancias, la Fundación Nacional del Indio (FUNAI) debe reforzar las medidas de protección de las reservas.

El factor Bolsonaro

Después de que se contagiara una mujer de 20 años de la tribu Kokama, cerca de Colombia y Perú , el Fórum Nacional Permanente en Defensa de la Amazonía, que integra a más de 100 pueblos, le reclamó a Bolsonaro que adopte medidas de prevención y asistencia ante el "gravísimo escenario" que se avecina. "Dependemos de la voluntad y competencia políticas de los gobernantes para mitigar los daños de esta pandemia", señalaron. El problema, advierten algunos conocedores del problema indígena, es precisamente la voluntad del capitán retirado. Bolsonaro tiene un historial de desprecio a los pueblos originarios. "Los indios huelen mal, carecen de educación y no hablan nuestra lengua", llegó a decir antes de llegar al Gobierno. El "indio está evolucionando" y que "cada vez más es un ser humano como nosotros", dijo ya en el poder, creyéndose benévolo.

"Estamos extremadamente preocupados por las comunidades indígenas", aseguró el ministro de Salud de Brasil, Luiz Henrique Mandetta. Su palabra suele estar en entredicho con la de Bolsonaro, quien no pudo echarlo porque por ahora recibe el respaldo de las Fuerzas Armadas. La situación de riesgo que enfrentan las diferentes etnias en Brasil se repite con sus matices en otras partes de América Latina donde existen 522 pueblos indígenas que suman 45 millones de habitantes. El miedo al presente se alimenta de traumas pasados: más de cinco siglos atrás, el tifus, la viruela, el sarampión y la peste bubónica aniquilaron al 95% de la población del continente o durante los primeros 130 años de la llamada conquista.