Pocas cifras oficiales son más inverosímiles que los 123.000 casos en una ciudad de 29 millones que ha sido señalada como uno de los focos globales de la pandemia del covid-19. Un estudio reciente del Gobierno indio que buscaba un retrato más fiel de Nueva Delhi revela que los contagiados no suponen el 1% sino el 23,5% de la población. La proyección arroja unos 6,6 millones de casos, en su aplastante mayoría bajo el radar y ejerciendo de contagiadores. Es paradójico que la capital del país que ha ordenado la cuarentena más estricta lidere la carrera hacia la inmunidad del rebaño que ansiaban Londres, Washington y otros defensores del 'laissez faire' ('dejar hacer').

Se sabía que las triquiñuelas contables del Gobierno y la carencia de un sistema extendido de tests rebajaban la gravedad del cuadro, pero las conclusiones han desbordado incluso las pesimistas predicciones del 15% de los medios de prensa. El estudio establece la media capitalina tras haber practicado pruebas de anticuerpos sobre 20.000 personas, por lo que el porcentaje de infectados sería aún mucho más alto en los humildes y densamente poblados 'slums' (barrios de chabolas). El dato también permite una lectura positiva: los 3.663 fallecidos de la capital junto a las nuevas proyecciones de contagiados arrojan una tasa de mortalidad de apenas el 0,08 % frente al anterior 3 %. También las cifras de muertos exigen un considerable auto de fe pero, en todo caso, la abundancia de jóvenes en India arrastra la mortalidad a la baja.

TEMOR A LO QUE VENDRÁ

India fue una milagrosa excepción en la lógica pandémica: un país en vías de desarrollo con un sistema sanitario frágil y hábitos higiénicos muy mejorables, sin tests ni tecnología de seguimiento, apenas contaba con un millar de muertos a finales de abril. Y entonces empezaron a concretarse los temores hasta encadenar récords de contagios diarios en las últimas semanas. El miércoles pasado sumó 40.000, pronto alcanzará los 800.000 y en la clasificación global sólo la anteceden Estados Unidos y Brasil. Pero esos 800.000 casos, si aplicamos la lógica de Nueva Delhi, son apenas una fracción. Los rebrotes han forzado la cancelación del masivo peregrinaje anual a una cueva situada en la región de Cachemira en la que los fieles ven a la diosa Shiva reencarnada en una estalagmita.

India demuestra que el confinamiento no funciona si no está acompañado de estrategia y medios. El país carece de los segundos y el primer ministro, Narendra Modi, no ha mostrado nada parecido a la primera. Decretó el cerrojazo en marzo sin haber previsto que los cientos de millones de emigrantes rurales carecerían de medios de sustento y de trenes para regresar a sus provincias. El éxodo en condiciones miserables extendió la pandemia desde Bombay y Nueva Delhi hasta territorios con estructuras sanitarias precarias.

TRENES CONVERTIDOS EN HOSPITALES

La prensa ha recogido estas semanas casos que desnudan las carencias nacionales como el de la familia Nehete en la ciudad septentrional de Jalgaon: la mujer murió tras esperar seis horas una cama en la UCI y su anciana madre fue encontrada ocho días después de fallecer en el cubículo de los baños del hospital con el cuerpo ya descompuesto. India ocupa el puesto 159 de 195 países en la clasificación de acceso a la sanidad y apenas le destina 63 dólares por habitante. La escasez crónica de camas en la capital obligó a adecuar trenes como hospitales meses atrás.

La tragedia económica que ponía en peligro la supervivencia de los más desfavorecidos ha forzado el fin del confinamiento sin las medidas de precaución. El miedo al contagio, sin embargo, ha reducido los desplazamientos a los imprescindibles y acabado con los trenes atiborrados que integraban la cotidianeidad india. Esta semana operaban 230 de las 13.000 rutas habituales y sólo 23 trenes circularon con plena ocupación el pasado lunes.