Era previsible que las torcidas relaciones entre las dos potencias mundiales alcanzaran las aguas del Pacífico. No hay un punto más erógeno en el planeta: ahí se amontonan viejas reclamaciones territoriales y se han citado Washington y Pekín para dirimir la primacía global. La densa presencia militar en el Mar del Sur de China hace temer un encontronazo involuntario que la hostilidad y el nacionalismo impulsen a cotas peligrosas. Nunca el riesgo de un enfrentamiento militar había sido tan alto, alertan los expertos.

La incubación del conflicto es larga. Obama ordenó el Giro al Pacífico tras años desangrándose en Oriente Medio para contrarrestar la influencia china en la región. El posterior repliegue de Trump, en virtud de su política América, primero, fue efímero. Sus incrementos presupuestarios militares sin precedentes van destinados a la Marina y su destino natural es el patio trasero chino. Desde entonces han frecuentado lo que Washington llama pomposamente ejercicios de libertad de navegación y que consisten en pasear periódicamente sus barcos por las aguas que China considera propias con el propósito de irritarla. El pasado año se contabilizaron nueve incursiones dentro de las 12 millas náuticas de las islas artificiales chinas, en contraste con las dos del 2015.

Y en julio llegó el frenesí. China practicó por primera vez maniobras militares simultáneas en cuatro zonas del Pacífico. También fue inédito que Washington enviara tres portaviones y varios barcos de guerra a aguas que Pekín reclama. Mike Pompeo, secretario de Estado, rompió la política de neutralidad asegurando que las pretensiones territoriales chinas son ilegales. Washington imponía esta semana sanciones a particulares y empresas relacionadas con las islas artificiales. Pekín denunciaba un día después que aviones espías estadounidenses habían sobrevolado sin permiso una zona cerrada donde su marina practicaba ejercicios militares y calificó la provocación de seria interferencia que violaba los más elementales códigos de seguridad aérea.

LANZAMIENTO DE MISILES

A la mañana siguiente, lanzó dos misiles de largo alcance en un área cercana a la isla tropical de Hainan que, según una fuente militar citada por el diario hongkonés 'South China Morning Post', eran una advertencia a los potenciales riesgos que causa la cada vez más frecuente presencia de aviones y barcos de guerra en el Mar del Sur de China. Y el viernes conminaba a un destructor estadounidense a abandonar las aguas cercanas al archipiélago Paracelso. El secretario de Defensa, Mike Esper, aclaró que Estados Unidos no cederá ni un palmo de tierra a China.

Pekín y Washington están en el punto más peligroso desde mediados del siglo pasado, confirma Peter Kuznick, historiador de la American University y experto en Asia. Ambos comparten la culpa pero el grueso corresponde a Trump. Después de haber ensalzado la gestión china del coronavirus, en marzo decidió que culpar a Pekín y azuzar la confrontación económica, diplomática y militar era la mejor vía hacia la reelección. Ha creado una situación muy volátil en la que cualquier chispa puede iniciar una confrontación e incluso una guerra de consecuencias devastadoras, señala.

EL INCIDENTE MÁS GRAVE

Ningún incidente fue más grave que el choque de un caza chino y un avión espía estadounidense que sobrevolaba Hainan en 2001: murió el piloto chino y Pekín mantuvo detenida durante más de una semana a la tripulación que apresó tras su aterrizaje de emergencia. No han escaseado desde entonces otros casos complicados. En el último, dos años atrás, apenas 40 metros separaron al buque de guerra chino Luyang y al destructor estadounidense USS Decatur. Se cumplió con la liturgia: ambos culparon al contrario de la maniobra irresponsable y enterraron el asunto.

Pero el contexto actual no sugiere una solución fácil. Ni de Trump, obsesionado por mostrarse hostil con China, ni de Xi Jinping, autoerigido en el líder del renacimiento de la nación, se esperan oprobiosas retiradas. Las comunicaciones entre ambos ejércitos se han reducido al mínimo desde que, dos años atrás, Washington rechazó la invitación china para participar en unas maniobras militares como protesta a sus actividades en las islas Spratley. Entre los mecanismos cuentan con una línea directa que, según los expertos, no garantiza una ágil respuesta ante un escenario urgente.

Los acontecimientos de los últimos días son inquietantes porque ambas partes están aumentando sus provocaciones, juzga Kuznick. La mutua desconfianza y la ofensiva en todos los frentes hacia China, continúa, ha dinamitado la diplomacia. "Pero necesitamos desesperadamente la diplomacia si queremos evitar la catástrofe. Los analistas nos advierten de una nueva guerra fría. Ha llegado el momento de preocuparnos por una guerra caliente", advierte.