Las mentiras sobre su itinerario le costarán al joven Le Van Tri cinco años de cárcel. Ejemplificó Vietnam en los inicios de la pandemia que también con recursos exiguos se la podía domar y ahora, cuando pasa por sus días más oscuros, ha sumado el peso de la ley a la receta. No hay noticias de castigos más duros en el continente si descontamos las cumplidas amenazas del presidente filipino, Rodrigo Duterte, de disparar a los que violan los protocolos de seguridad. 

La justicia ha condenado a Tri, de 28 años, por “expandir enfermedades infecciosas peligrosas”. Al lustro en la sombra se añade una multa del equivalente de 740 euros. Su delito tuvo consecuencias funestas, sienta el tribunal: el contagio de ocho personas y la muerte de una tras un mes en cuidados intensivos. Tri condujo su motocicleta los 360 kilómetros que separan Ho Chi Minh, la capital económica, de su ciudad natal, Ca Mau. Ese bello enclave en el delta del Mekong con canales por carreteras había resistido los embates del coronavirus, apenas 191 contagios y dos muertos, gracias a medidas estrictas del gobierno local como la cuarentena de 21 días a los llegados. Tri la ignoró, mintió en la declaración de salud sobre su reciente estancia en el epicentro de la pandemia, contagió primero a sus familiares y después al personal de un centro público.  

Antecedentes no tan severos

Vietnam ya había castigado antes las transgresiones pero nunca con penas tan largas. Un trabajador de las aerolíneas nacionales recibió una condena de dos años en marzo por alternar en bares y provocar un rebrote que obligó a encerrar a miles de personas y costó millonarias pérdidas tras regresar de Japón. Otro hombre fue sentenciado a 18 meses de cárcel en Hai Duong en julio. Ambas condenas contemplaban su suspensión pero la última, para subrayar la disuasión, será efectiva.  

Vietnam fue una saludable excepción en los albores de la pandemia. Un país en vías de desarrollo, con más de mil kilómetros de frontera con China y sin un solo muerto cuando Occidente se desangraba. Su receta low cost sublimó la gestión de los recursos escasos: cerró sus puertas sin demora, impuso estrictas cuarentenas a los nacionales que regresaban, suplió con frecuentes visitas de sus funcionarios a los domicilios la falta de tecnología y concitó a toda la sociedad a un esfuerzo similar al que exigieron las invasiones extranjeras.  

Su admirable esfuerzo es menos eficaz contra la última y más contagiosa variante Delta. Los muertos superan los 13.000, ridículos en comparación con las magnitudes de Occidente, pero inquietantes si tenemos en cuenta que hasta abril no llegaban al centenar. Tres de cada cuatro se cuentan en Ho Chi Minh, sin que los confinamientos para sus diez millones de habitantes hayan rebajado la amenaza. También en Hanói las medidas son estrictas para impedir un cuadro tan calamitoso. Se han prohibido todas las actividades no esenciales y otorgado códigos rojos, naranjas y verdes a sus distritos en función del riesgo de infección. En los primeros, aislados con barricadas, un miembro de cada familia es analizado tres veces por semana. Es la alternativa de un país en vías de desarrollo a los tests urbi et orbe que ordena China. Vietnam es otra de las víctimas del sudeste asiático del desigual reparto de vacunas que ha acaparado el primer mundo. Un 15 % de su población ha recibido un pinchazo y sólo el 3 % ha completado la pauta completa.