Cuando Armin Laschet fue elegido presidente de la Unión Demócrata Cristiana de Alemania (CDU) en enero de este año, su partido superaba holgadamente el 30% de intención de voto. Más de 15 puntos separaban a la CDU de los socialdemócratas, que seguían hundidos una crisis de identidad que parecía imposible de solucionar. 

Nueve meses después, la situación difícilmente podría ser más diferente: la CDU supera a duras penas el 20% en las encuestas e intenta cerrar la distancia de varios puntos que la separa el SPD. Los democristianos ven como se les escapa la campaña entre los dedos para intentar girar las proyecciones. Y el gran señalado es Laschet.

Su elección como presidente del partido ya fue ajustada en el congreso digital celebrado en medio de uno de los peores momentos de la pandemia: Laschet recibió 521 votos frente a los 466 de Friedrich Merz, un enemigo histórico de Merkel con un perfil mucho más duro y derechista. 

Finalmente, se impuso un cierto continuismo con la forma de gobierno de la canciller saliente: Laschet, primer ministro de Renania del Norte-Westfalia y todo un hombre de partido, es un conservador católico con vocación centrista y europeísta que apuesta por un estilo de liderazgo coral. Su apuesta es el consenso y descarta públicamente cualquier de colaboración con la ultraderecha de AfD.

La división con la que el conservadurismo alemán afronta el final de la era Merkel se dio una tregua tras la elección de Laschet tanto como presidente de la CDU como como candidato a canciller. A pesar de que la decisión estuvo marcada por voces democristianas que pensaban que Markus Söder, presidente de la CSU bávara y primer ministro de Baviera, era un perfil más adecuado para luchar por mantener el poder, el runrún se calmó con el inicio oficial de la campaña.

Gestión de las inundaciones

Yo no lo hago. En tres palabras”. Este tropiezo verbal cometido por Laschet en el primer debate televisado – al más puro estilo de Mariano Rajoy – ha sido sólo una anécdota en su atropellada campaña electoral. El líder democristiano ha dilapidado diez puntos de intención de voto en los últimos dos meses.

El pasado día 17 de julio fue clave: ese día, las cámaras de televisión captaron como Laschet hacía bromas y reía a mandíbula abierta a espaldas del presidente federal, Frank-Walter Steinmeier, quien a los medios en una de las localidades golpeadas por las riadas que mataron más de 180 personas, y dejaron decenas de heridos y miles de damnificados en el oeste del país. En el estado gobernado por Laschet, las lluvias torrenciales dejaron 48 fallecidos. Esa imagen, sumada a la mala gestión de la crisis, pasó factura a la intención de voto de la CDU y mostró a Laschet como un candidato con pies de barro. Las voces que ponían en duda la idoneidad de su candidatura volvieron a elevarse.

Pese a todos los errores cometidos y los enemigos dentro de sus propias filas, Laschet se niega a tirar la toalla. Su objetivo es mantener a la CDU en el poder tras 16 años ininterrumpidos de gobiernos liderados por los democristianos. Si finalmente pierde las elecciones, como apuntan todas las encuestas, todavía podría intentar formar una Coalición Jamaica a la desesperada con Los Verdes y los liberales del FDP. Estos últimos ya han señalizado su disposición a intentarlo.