Infancia feliz, juventud como pequeños delincuentes y su posterior conversión al yihadismo. Sorprende la similitud de los perfiles de los autores y presuntos cómplices de los atentados del 13 de noviembre de 2015 en París. Tras unas primeras semanas marcadas por los testimonios de las víctimas, el juicio, que empezó en septiembre, abordó a lo largo de esta semana los primeros interrogatorios de los acusados. Estos quedaron limitados a su infancia y juventud antes de su inmersión en la nebulosa yihadista. Su implicación en los ataques contra la sala Bataclan, el Estadio de Francia y las terrazas parisinas no se examinará hasta enero.

"Estuve en la escuela pública en Bélgica, me impregné de los valores occidentales y vivía como me enseñasteis a vivir en Occidente", aseguró Salah Abdeslam, el único integrante en vida de ese comando islamista, que asesinó a 131 personas y dejó heridas a 413 en la mayor matanza del autoproclamado Estado Islámico (EI) en Europa. Las frases provocativas de Abdeslam ya marcaron el inicio del juicio y esta vez también le tocó abrir esta ronda de interrogatorios. Tuvo una "infancia feliz", destacó el yihadista, que apareció con la cabeza rapada y una larga barba negra. "Era un buen alumno (…). Mis profesores me querían", añadió este francés de origen marroquí, que residió casi toda su vida en el distrito bruselense de Molenbeek.

Poco le faltó a Abdeslam, de 32 años, para presentarse como el yerno perfecto, más allá de reconocer que "le gustaba la velocidad" y por eso lo multaron en múltiples ocasiones por delitos de tráfico viario. Como muchos jóvenes belgas, alternó en sus años de juventud los empleos temporales con noches regadas por el alcohol en bares y discotecas. "Llevaba una vida de libertino", aseguró el terrorista, que en la primera audiencia se presentó como un "servidor del EI". "No me preocupaba por Dios. Hacía lo que quería, comía lo que quería, bebía lo que quería".

No les faltó de nada

Su trayectoria empezó a truncarse en 2011, cuando fue condenado a una pena de un año de prisión tras haber intentado robar en un domicilio junto a algunos amigos, entre los que se encontraba Abdelhaamid Abaaoud, el jefe del comando del Bataclan, abatido por la policía francesa pocos días después de los atentados. Lejos del tópico de que la marginalización social los abocó al fundamentalismo islamista, muchos de los acusados reivindicaron su infancia feliz, en que no les faltó de nada. Son hijos de una primera o segunda generación de migrantes bien adaptadas al Viejo Continente.

"No salimos del vientre de nuestras madres con un kalashnikov. Fuimos niños, íbamos a la escuela, crecimos en Europa", declaró Mohamed Abrini, de 36 años, juzgado por haber acompañado a la célula del EI a la capital francesa y haber financiado el ataque. Tras una infancia "normal", la vida de este amigo de infancia de Abdeslam se vio marcada por el "fracaso". "Fracasé en la escuela, fracasé en el deporte, fracaso y jaque mate".

Condenado por primera vez a una pena de prisión cuando tenía 18 años por el robo de un vehículo, Abrini alternó desde entonces los periodos de su vida entre rejas y los que estaba fuera delinquiendo. Su conversión al islamismo radical se desencadenó al enterarse de que uno de sus hermanos había muerto en Siria y eso lo llevó a unirse a las filas del EI. Mientras que Abrini se especializó en reventar cajas fuertes, otro de los acusados, Mohamed Bakkali se dedicaba a comerciar con productos falsos. "Vivía bien, no me privaba de nada", afirmó este salafista, considerado uno de los instigadores de los atentados.

"Mi corazón se endureció"

Más de la mitad de los 20 acusados (14 de ellos presentes en el tribunal) formaban parte del ecosistema de Molenbeek, el multicultural distrito bruselense que quedó estigmatizado tras esos atentados. Pero algunos de ellos no tienen la nacionalidad belga ni la francesa. Es el caso del tunecino Sofien Ayari que se unió en 2014 a las filas del EI en Siria e Irak tras la "decepción" con las Primaveras Árabes.

Otro de los acusados con una participación destacada en los atentados es el sueco Osama Krayem, de 29 años, involucrado en los de París, pero también en los de Bruselas de marzo de 2016. Este yihadista, acusado en su país de un delito contra la humanidad por participar en el mediático asesinato de un piloto jordano quemado vivo en Siria en 2015 por hombres del EI, salió cuando tenía 12 años en una película en que lo presentaban como un ejemplo de integración en Suecia. Tras haber empezado a dedicarse a "cosas ilegales" desde sus 19 años, en 2014 se unió a las filas del EI en Siria. "Antes no tenía problemas como ahora. Pero después de la guerra, mi corazón se endureció", aseguró el jueves ante la corte.