De la mano de Gabriel BoricChile vuelve a ser otra vez un laboratorio de la izquierda latinoamericana. Si bien no reniega de las grandes tradiciones de su país, con el trágico Salvador Allende a la cabeza, el hombre que asumirá funciones ejecutivas a los 36 años, el 11 de marzo, se diferencia de manera pronunciada en varios aspectos programáticos de sus mayores: la cuestión ambiental, el feminismo y, en especial, el tema de las libertades, la diversidad y los derechos humanos. Cuando habla de la crisis climática y la privatización del agua, el ganador de las presidenciales chilenas parece sentirse más cerca de los postulados de Greta Thunberg que de quienes todavía tienen anclada su mirada y emociones en los años 70. Por contra, Boric tomó con mesura y hasta indiferencia la felicitación de Nicolás Maduro por su victoria. Antes y durante la campaña electoral se vio obligado a sentar sus posiciones críticas sobre el estado de las cosas en Venezuela, Cuba y Nicaragua, al punto de polemizar con uno de sus socios de la coalición triunfante, el Partido Comunista. No en vano dijo en su primer discurso tras los comicios: "Basta de despotismo ilustrado, de los que creen que se puede hacer un gobierno para el pueblo, pero sin el pueblo".

En la noche del domingo, el presidente Sebastián Piñera saludó a quien será su sucesor. Como si fuera un abuelito dadivoso, le ofreció sus consejos sobre el arte de gobernar. "Esperamos hacerlo mejor", le respondió Boric con cierta aspereza. Pero el "hacerlo mejor" no solo está relacionado con superar los logros de un presidente impopular sino mostrar también un camino alternativo y virtuoso en una región donde las opciones de gobernabilidad no hacen otra cosa que provocar desencantos, ya sea por la derecha o en las versiones anacrónicas e intolerantes de la izquierda. Por eso, la victoria de Boric no solo ha puesto freno a la posibilidad de que en Chile se repitiera la experiencia brasileña de Jair Bolsonaro, con sus añadidos de Vox. Los ecos de este triunfo pueden llegar a Colombia, un país que tuvo un estallido social en abril y, en menor medida, Brasil, donde existe un liderazgo histórico del calado de Luiz Inacio Lula da Silva.

El ritmo de los cambios

Al igual que Lula, aunque por otras circunstancias, Boric ha tenido que moderar su programa político. Lo hizo para captar un voto esquivo en la segunda vuelta, pero, también, como señal de una probable apertura de su Gobierno al centroizquierda que administró Chile de manera ininterrumpida entre 1990 y 2010. "Boric se comprometió con nosotros a que la relación con los partidos que lo apoyamos será de carácter institucional. No vamos a estar en la oposición", dijo el líder del Partido Socialista Álvaro Elizalde. "El presidente electo tiene que buscar lo mejor para Chile. Si hay buena voluntad para trabajar con todos, nos vamos a poder encontrar", respondió Giorgio Jackson, uno de los principales colaboradores del mandatario electo.

¿Cuánto de nuevo tendrá la nueva izquierda a partir del 11 de marzo? Ascanio Cavallo, uno de los grandes cronistas de la transición chilena, recordó que en este país la élite ha sido desplazada "sin derramamiento de sangre, pero con algún inevitable grado de brusquedad". Sin embargo, Boric redefinió la noche del domingo las "condiciones" del cambio y las consideró parte del legado histórico de la democracia chilena y de una izquierda "despojada de maximalismo y exclusividad".

El expresidente de la Democracia Cristiana, Ignacio Walker, se preguntó si Boric será capaz de hacer frente a las tensiones y contradicciones en el interior de su propia coalición desde el momento en que se proponga avanzar más lento de lo que se espera en las reformas económicas, fiscales y ambientales. Por lo pronto, y a pesar de la caída de la Bolsa y el alza del dólar, las patronales le han dado un voto de confianza. No se sabe hasta cuándo.