Son constantes los mensajes de amigos y conocidos que acaban de ser confinados en casa o, en el peor de los casos, conducidos a un centro de cuarentena. Los caminos son variados: un vecino contagiado en la colmena de viviendas, un positivo entre los comensales del restaurante de la semana pasada, un paseo en bicicleta por una zona de alto riesgo… La vida en Pekín estos días consiste en esquivar balas.

La capital vive en un semiconfinamiento 'de facto'. Los bares y restaurantes de la mayor parte de los distritos están cerrados, muchos colegios y empresas han enviado a alumnos y empleados a casa y se recomienda no salir del barrio propio. Las primeras restricciones fueron ordenadas el viernes en Chaoyang, el mayor distrito pequinés con cuatro millones de habitantes, sede de embajadas y epicentro lúdico. Por la mañana ya se habían replicado en toda la almendra central. Los restaurantes sólo pueden servir a domicilio o entregar la comida a los clientes en la puerta tras una espera heladora. “La policía nos ha dicho que no podremos abrir al menos en tres días pero serán más si no remite el rebrote”, señala la propietaria de un restaurante de Yunan cercano a la Torre del Tambor, en el núcleo histórico. La ciudad carecía esta mañana de su nervio, sin multitudes en calles, centros comerciales y transportes públicos.

Un millar de contagios diarios

Las malas noticias se acumulan estos días en la capital. Este fin de semana se registraron en Pekín las primeras muertes en más de seis meses en todo el país. Fue un octogenario el sábado y otros dos ancianos el domingo. Los contagios diarios rozan ya el millar, 962, con una acentuada tendencia alcista, tras los 621 de ayer. La mayor parte son identificados en centros de cuarentena pero las escasas de decenas de casos en la comunidad revelan un brote extendido por toda la ciudad. El mapa de zonas de alto riesgo, de consulta imprescindible antes de salir para minimizar riesgos, es hoy una orgía de puntos rojos. "La situación es desalentadora", admitió el domingo el portavoz consistorial.

La deriva pequinesa va en paralelo a la china. Los más de 26.000 casos diarios contabilizados ayer no se alcanzaban desde aquel brote gigantesco de abril que obligó a cerrar Shanghái durante casi tres meses. Aquella tragedia se achacó a la inepta respuesta de las autoridades locales y su reticencia a implementar la fórmula nacional. Ahora, los casos están repartidos por varias provincias y ponen en duda la eficacia del sistema.

Guangzhou, la antigua Cantón, suma semanas lidiando con un brote que ya alcanza los 8.000 casos diarios. La capital del sur ha confinado durante cinco días Baiyuan, su mayor distrito, en un intento desesperado por embridar los contagios antes de ordenar el cierre total. No ha tenido más éxito Zhengzhou, capital de la provincia central de Henan, a pesar de variados confinamientos y otras medidas que han afectado a la mayor fábrica de iPhones del mundo. Y Chongqing, la megalópolis del centro, ha ordenado tantos encierros quirúrgicos que sus ciudadanos describen en la prensa local un confinamiento práctico.

La crisis llega apenas semana y media después de que China diera sus pasos más rotundos para flexibilizar su política de cero covid. Las autoridades acortaron las cuarentenas para los llegados del extranjero de diez a ocho días y levantaron las sanciones a las aerolíneas que llevaban contagiados al país. Y, más relevante aún, sustituyeron las cuarentenas hoteleras por domiciliarias a los que habían estado en una zona de alto riesgo y eximieron del encierro a los contactos de los contactos de un contagiado. El paquete de medidas se entiende como una segunda oportunidad a la vía intermedia que ya fracasó en Shanghái. El agravamiento de los brotes que ya sufría el país y la aparición de nuevos anuncia tiempos turbulentos en China, tan necesitada de jubilar la política cero covid como de evitar la mortandad que provocaría una apertura a la occidental.