La evolución del gigante asiático

Xi pide un Ejército fuerte y suficiencia tecnológica frente a la hostilidad de EEUU

Pekín da por finalizada la era del crecimiento pacífico y asume que las tensiones con Washington son inevitables y estructurales

El presidente de China, Xi Jinping, en la celebración de la 14ª Asamblea Popular Nacional en Pekín, China.

El presidente de China, Xi Jinping, en la celebración de la 14ª Asamblea Popular Nacional en Pekín, China.

Adrián Foncillas

El mundo que asoma exige un ejército fuerte y la autosuficiencia tecnológica. Lo ha aclarado Xi Jinping, presidente chino, sin menciones superfluas a Estados Unidos. Ya había alertado la semana pasada, en la apertura de la Asamblea Nacional Popular, de que la coalición que lideraba Washington en Occidente para embridar el auge de China planteaba “retos sin precedentes”.

“Debemos convertir el Ejército de Liberación Popular en una gran muralla de acero que proteja la soberanía, la seguridad y los intereses nacionales”, ha dicho Xi frente a los casi 3.000 delegados en el Gran Palacio del Pueblo. Las amenazas latentes en un mundo cada vez más volátil y las vías para combatirlas han ocupado el grueso de los 15 minutos de discurso. La fortaleza actual, ha enfatizado, separa a esta China de la que padeció el “matonismo de las potencias occidentales” en tiempos no tan lejanos. El Partido Comunista, ha añadido, “limpió aquella humillación nacional” y ahora los chinos ya son “dueños de su destino”.

Son habituales las alusiones a aquel siglo y medio que juntaron al colonialismo europeo y el imperialismo japonés. Aquellos dolorosos tiempos persisten en la memoria colectiva y aceitan el nacionalismo porque muchos ven en la hostilidad estadounidense su réplica actual. Detrás del discurso de Xi están las alianzas militares que acentúa Washington en el patio trasero chino y las restricciones a la compra de chips y otros bienes tecnológicos. Pekín sabe que han acabado las cuatro décadas de crecimiento pacífico y entiende como inevitables y estructurales las tensiones con Estados Unidos.

La asamblea aprobó esta semana un incremento del presupuesto militar del 7,2%. Permite lecturas diferentes: es apenas una décima mayor que la del pasado año pero la mayor del último lustro. El aumento llega en un contexto de frecuentes roces con Taiwán y el hostigamiento estadounidense en el Mar del Sur de China. “La seguridad es el fundamento del desarrollo, y la estabilidad es el requisito de la prosperidad”, ha afirmado Xi.

Taiwán, breve y previsible

El capítulo taiwanés, innegociable en el discurso oficial y escrutado con atención entomológica por los medios, ha sido tan breve como previsible. Promoción del desarrollo pacífico, oposición a las fuerzas independentistas, avances en el proceso de reunificación… Todo en un tono edulcorado, muy lejos de las embestidas pasadas, para subrayar el giro en la política. Incluso se ha ahorrado Xi la tradicional alusión al uso de la fuerza como último recurso que acababa en los titulares de la prensa occidental como corolario de una amenaza inminente.

Su intervención ha clausurado la sesión anual del legislativo que ha servido para sellar las decisiones tomadas en el congreso del partido de otoño. Xi ha formalizado su tercer mandato como presidente y Li Qiang ha sido nombrado primer ministro. De este se espere que reanime la economía nacional tras el mísero crecimiento del 3 % del pasado año. Para este ha fijado Pekín un objetivo del 5%, el más humilde de las últimas décadas. En su intervención matinal se ha esforzado en insuflar confianza a una población reacia al gasto. La economía, ha dicho, se ha estabilizado desde el final de la política de cero covid. “Durante un periodo del pasado año hubo una opinión incorrecta sobre el desarrollo de la economía privada que preocupó a los empresarios… El contexto mejorará y mejorará y habrá más espacio para el sector privado”, ha adelantado. Li sí que ha citado a Estados Unidos en tono constructivo. “China y Estados Unidos deben cooperar. Si trabajan juntos, tienen mucho que ganar. El cerco y la presión no proporcionan ventajas a nadie”, ha dicho.

No ha ofrecido más sorpresas la semana que el nuevo mandato de Yi Gang como gobernador del Banco Central de China. Ningún analista apostaba por él: había dejado el Comité Central en el congreso, ha alcanzado la edad oficiosa de jubilación y no forma parte del núcleo duro de fieles a Xi. La década que pasó en Estados Unidos, primero cursando un doctorado y después de profesor universitario, le convierten en una excepción en el paisaje de la alta política china. Es una de las más rutilantes “tortugas marinas”, como se conoce en China a los regresados tras estudiar en el extranjero. Su hoja de servicios no escasea en méritos. El pasado año mantuvo la inflación en el 2 % cuando Occidente alcanzaba las más altas cotas en 40 años. Su reelección se entiende como una apuesta segura en un momento en el que la economía china no está para experimentos