EL IDIOMA EN LA GUERRA

La invasión rusa consolida una ola de nacionalismo cultural ucraniano: "Somos la librería más rusófoba de Kiev"

La importación y distribución de libros en ruso está limitadas y parte de la población rusófona se ha pasado al ucraniano

Kiev (Ucrania) 28/08/2022.- Cientos de ucranianos portan una bandera nacional durante una manifestación denominada 'Ucrania está Unida' en el puente de Kiev, Ucrania este domingo.

Kiev (Ucrania) 28/08/2022.- Cientos de ucranianos portan una bandera nacional durante una manifestación denominada 'Ucrania está Unida' en el puente de Kiev, Ucrania este domingo. / SERGEY DOLZHENKO / EFE

Mario Saavedra

Mario Saavedra

Enviado especial a Kiev (Ucrania)

“Sens” dice ser la librería más grande de toda Ucrania. Ocupa un imponente edificio acristalado de varias plantas en la calle Jreshchátyk, la principal avenida de Kiev. Alberga centenares de estanterías, una cafetería moderna y una clientela joven. En la planta superior, una sala de exposiciones y otra de conferencias. Y un cartel que dice: “Puedes venir con perros, gatos, ardillas, con amigos reales o imaginarios. Aquí se te permite hacer lo que sea, salvo hablar ruso”.  Es, según se jacta su fundador, Oleksii Erinchak, la librería más rusófoba del mundo. Solo hay libros en ucraniano y en inglés. Nada en ruso, el idioma del invasor, a pesar de ser la lengua materna del 30% de los ucranianos.

“Tratamos de liberar las estanterías ucranianas de libros publicados en Rusia. Muchos clientes traen libros en ruso para que nos deshagamos de ellos: los reciclamos, y enviamos el dinero al frente”, cuenta Erinchak. “Mucha gente no quiere escuchar o leer ruso porque se sienten traumatizados”.

Oleksii Erinchak dueño librería Sens

Oleksii Erinchak dueño librería Sens / Mario Saavera

Cuando el 24 de febrero de 2022, Vladímir Putin lanzó la invasión a gran escala de Ucrania, su objetivo era llegar hasta la capital, descabezar el Gobierno y establecer, eventualmente, un Gobierno títere como el de Bielorrusia.  El presidente ruso lleva desde 2014 tratando de evitar que Ucrania se aleje del área de influencia rusa y se eche en manos de la Unión Europea y de la OTAN. Pero su intento fallido de invasión total ha tenido un efecto rebote: en Ucrania se ha reforzado todo lo ucraniano. Y eso incluye una ola de desrusificación sin precedentes.

Boicot a los libros en ruso

En junio de 2023, el presidente ucraniano Volodímir Zelenski firmó una ley que prohibía la importación de libros desde Rusia, Bielorrusia o los territorios temporalmente ocupados por Rusia en el Donbás, Crimea y las provincias del sureste. También se exigía obtener un permiso especial para importar libros en ruso de otros países, fundamentalmente de las antiguas repúblicas soviéticas. Deben ser revisados para comprobar que no contienen propaganda anti-ucraniana. Se trata, defiende el Gobierno, de “defender la cultura ucraniana” y deshacer siglos de rusificación forzada. El propio Zelenski abandonó su ruso natal y ahora habla ucraniano. Como él, millones de compatriotas rusoparlantes. 

“Yo y parte de mi equipo hablábamos ruso. Ahora preferimos el ucraniano. Queremos  cuidarlo, y publicar en ucraniano. No creo que el ruso vaya a sufrir por ello”, dice Anastasia Leonova, de la editorial IST Publishing. Ella nació en Járkov, la segunda ciudad del país, que es un símbolo de lo que ha ocurrido en el país. Antes de la guerra, era la capital de la zona más próxima a Rusia, tanto física como culturalmente. Pero, desde 2022, Járkov ha sufrido un auténtico martirio ruso de misiles y artillería que ha obligado a sus ciudadanos a vivir en ocasiones bajo tierra y que ha destrozado parte de la ciudad. “Al principio de la guerra, nos centrábamos sobre todo en salvar los libros, la imprenta, a los trabajadores. La segunda semana de la guerra, recibí un pedido que me cambió: llevaba una  nota que decía ‘por favor no me llamen, porque estoy en el frente, mándenlo a esta trinchera’. Comprendí que incluso los soldados necesitan leer”, recuerda.

Adiós Pushkin

Para el filósofo y escritor Volodímir Yermolenko, Rusia usa a grandes autores como Aleksandr Pushkin o Maksim Gorki como una herramienta de dominación cultural. “Estamos retirando las estatuas de Pushkin no porque estemos en desacuerdo con sus poemas, sino porque esas estatuas fueron el reemplazo de otras que existían antes”, argumenta. “Tenemos una cultura propia: la de los años 60, la de los años 20, la del romanticismo ucraniano, de la Rus medieval… Ucrania es una cultura separada y distinta y rica que no ha tenido el espacio suficiente para expresarse”.

Yermolenko es el presidente de la sección ucraniana de la organización internacional de escritores PEN. No cree que dificultar el acceso a los textos o canciones en ruso provoque una segregación cultural de los rusoparlantes. “Si eliminamos la prohibición de los libros o música rusa o quitamos las cuotas a la producción ucraniana, la rusa nos inundará”, piensa. “La obligación del Estado es proteger a la cultura débil ucraniana frente a la más agresiva y cargada de recursos de Rusia. Así debe ser al menos mientras tengamos Estado. Si los rusos consiguen eliminarnos, entonces habrá edificios Pushkin y parques Gorki por todas partes, y los demás estaremos entre rejas”. 

El  filósofo ucraniano ha llevado parte de su activismo cultural pro-ucraniano al campo de batalla. Cuando comenzó la guerra, compró una furgoneta y empezaron a transportar cosas a las ciudades recién liberadas. Pronto se convirtió en una caravana cultural. Llevaron a varios poetas franceses a Járkov en medio de los bombardeos. Hoy organizan viajes de voluntarios intelectuales extranjeros al país. “Una de las grandes preguntas para nosotros es si nuestra cultura sobrevivirá. Ahora tenemos más preguntas que respuestas. Pero la cultura también nace de la incertidumbre”, concluye. 

Al principio de la invasión a gran escala, las embajadas de Ucrania por todo el mundo lanzaron una iniciativa, paralela a la presión diplomática por conseguir armas, solo que menos conocida: mandaron manuales a los periodistas para que usaran los topónimos en su transliteración del ucraniano, y no del ruso. Kyiv en lugar de Kiev, Járkiv en lugar de Járkov. En España, presionaron incluso a la Real Academia de la Lengua, que ha mantenido el pulso en defensa de los términos popularizados en español. Un diferendo que es una muestra de que, en Ucrania, el idioma también es parte de la guerra existencial nacional. 

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