¿Quién me iba a decir que escucharía las palabras «libertad» y «cervezas» en el mismo argumentario? Todavía más improbable era pensar que ocuparían portadas y titulares, en voz de políticos de alta responsabilidad. Cuando la presidenta de la Comunidad de Madrid arrasó con su exitoso eslogan de libertad cervecera, me vino al pensamiento una conversación que había tenido días atrás con un adolescente en nuestra consulta de Psiquiatría Infantojuvenil. A sus 15 años, defendía con gran vehemencia su libertad para disponer de su consola de videojuegos a tiempo completo y consideraba injusto que sus padres le pusieran restricciones al respecto.

—¡Que me dejen en paz! ¡Soy libre de hacer lo que quiera! ¡¿Me estás diciendo que no tenemos libertad?!

—No, no la tenemos. No ese tipo de libertad —contesté.

Ni que decir tiene que el adolescente al que me remito estaba descuidando por completo los estudios, sus obligaciones en casa y como es de esperar en estos casos, sintiéndose y comportándose mal.

El concepto de «libertad» no puede desligarse del de «responsabilidad», cualquier reflexión mínimamente madura alcanzará a encontrar ese nexo inevitable. No hace falta leer a grandes filósofos, solo es necesario usar el menos común de los sentidos. Somos libres en tanto y cuanto nos hagamos cargo de las consecuencias de nuestros actos. Y viviendo en sociedad, ese «hacerse cargo» tiene que trascender lo individual para alcanzar el grado de responsabilidad social.

Como padres debemos educar a nuestros hijos en responsabilidad. Es nuestra obligación ayudarles a adaptarse a la sociedad y a las exigencias de la vida, y para ello debemos poner los límites necesarios y aportar los valores, conocimientos y herramientas que les permitan crecer en autonomía. Una autonomía necesaria para ser más felices, para encontrar su sitio en este mundo. El adolescente va alcanzando libertad conforme se va responsabilizando de sus actos progresivamente.

Pero desde la falta de reflexión, se habla con mucha ligereza de la libertad. El individualismo más egocéntrico defiende la libertad sin responsabilidad. La libertad «para mi» y «solo para mí». La ley hace un esfuerzo para establecer límites donde esa libertad individual invade la de los demás, pero no siempre es posible defender esa frontera.

Que un adolescente defienda su particular «libertad» es comprensible, y forma parte de su propio proceso de individuación y de maduración, pero que personas adultas defiendan la libertad cervecera sin una aparente consciencia del error conceptual en el que incurren, me resulta inquietante. Por otro lado, si son conscientes del error, entramos en el terreno de lo ético, lo cual, además de inquietarme, me genera una enorme tristeza.

Para aquellos que tengan dudas, me atrevería a asegurarles que, si todos defendemos la verdadera libertad, una libertad responsable, por todos y para todos, podrán tomarse sus cervezas fresquitas más pronto que tarde.

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