Una vez recolectada la oliva, que en la zona de Belchite mayoritariamente es empeltre, aunque hay gorbina, royala y arberquina, se lleva en remolques a los molinos. La molienda de las olivas ha dejado para los museos el mecanismo de moler con ruedas de piedra y presionar la pasta colocada entre capazos, para pasar a pilas de decantación, donde por el peso el agua bajaba y el aceite permanecía.

Los hermanos Roque y Carlos Canales, operarios de la Cooperativa San Martín explican que el proceso da comienzo con la recepción de la oliva en sucio, que se aboca en una rejilla y se hace el primer estrío, eliminando las ramas. De allí pasa directamente por una cinta a la aventadora, cuya función consiste en desechar las hojas por un lado y por otro conducir en otra cinta las olivas a la lavadora, que las limpia y las separa de las impurezas como hierros y piedras, ya que la oliva flota y lo otro no. A continuación entran en el despalillador, que quita ramas pequeñas y palos. De ahí, limpias, se conducen a la báscula, que dará el peso real de pago. Por otra cinta pasan a las tolvas, que las recogen y las llevan al molino por unos sinfines. Entran en el molino para ser trituradas y molidas con hueso incluido, siendo conducidas a la almazara, donde se extrae y elabora el aceite. Allí, la batidora calienta la pasta a una temperatura adecuada para que fluya el aceite. En el decánter se separa el aceite de la pasta de la aceituna por fuerza centrífuga formando tres anillos (orujo, agua y aceite) y colando el aceite por unos orificios. Se echa el orujo y el agua al exterior y el aceite sale impulsado por bombas a través de un tubo hasta los separadores verticales, que ejecutan la limpieza definitiva y después se embotella.