Estos días en los pueblos del Campo de Cariñena se respira ese característico ambiente de vendimias. Largas y duras jornadas de trabajo que, como en una especie de ritual, las cuadrillas desarrollan bajo unas pautas, costumbres y horarios similares.

Para un vendimiador, la jornada comienza a las 7 de la mañana, en el lugar de costumbre, para trasladarse a la parcela donde trabajará. El propietario o encargado de la finca comienza antes porque todo debe estar listo para cuando lleguen.

Con las primeras luces del día empieza la faena. Los vendimiadores repartidos en dos grupos, uno a cada lado del remolque, afrontan sus respectivas rengles. Un día toca blanca, otro tinta, garnacha, ... La técnica es siempre la misma, aunque algunas como la garnacha son más laboriosas.

La vendimia es un trabajo duro, más llevadero para los que tienen costumbre y agotador para los principiantes que en las primeras jornadas no encuentran técnica ni postura adecuada mientras tratan de aguantar el tirón del compañero de al lado, como si fuera una etapa ciclista. El cansancio y el dolor de espalda no tardan en aparecer.

Las 9 de la mañana es una hora mágica, para muchos el mejor momento del día, es la hora del almuerzo, de la tertulia y de las bromas. De nuevo, otro tirón hasta el descanso de las 11.

Lo mejor es el buen ambiente que se vive y las conversaciones que se mantienen durante el trabajo. Si la cuadrilla es numerosa, a mediodía ya han llenado dos o más remolques.

A la 1, pausa para comer, los hay que prefieren hacerlo en el campo y otros optan por ir a casa. En cualquiera de los casos hay que hacerlo con rapidez porque a las 2 se retoma la tarea. La tarde es más corta, pero con el cansancio de la mañana --sobre todo si es un día caluroso-- puede resultar agotadora. Son horas más silenciosas con el rugir de las vendimiadoras que recolectan en otras fincas vecinas como fondo. En más de una ocasión captan la atención de los vendimiadores. "Da gusto verlas trabajar, en unas horas son capaces de devorar una gran parcela emparrada".

Por la tarde, hasta los relojes parece que vayan más despacio. La pausa de las 4 parece no llegar nunca. Es muy probable que la parcela no se termine en ese día pero ya se comenta cuál será el siguiente destino. Las necesidades y el calendario de la bodega indicarán la decisión final.

Por fin son las cinco y media, a lavarse y repartirse en vehículos para regresar al pueblo. Mañana la historia se repetirá.

M. A. CAMPOS