Ha sido tan intensa la actividad de cuantos le quisieron, que parece que haga, o nada, (porque siguen muy vivos su imagen, sus canciones, sus escritos, su persona)o muchísimo: pero se cumple mañana un año desde que se nos fue Labordeta. La enorme reacción popular de entonces reflejó cuánto se le quería -sobre todo en Aragón, también en otras muchas partes-, qué gran símbolo de la cultura, la sociedad, los sueños políticos, se nos acababa de ir. Ante todo, junto a la alta valoración del escritor, del juglar, del cantor, estaba su imagen de hombre bueno, de persona cabal, sincera, limpia. Se diría que cuando, algunos meses después, estalló el movimiento reivindicativo del 15-M, muchos recordaban aquel su estilo llano, cercano, de fiar, comprometido, que se reclama a los políticos.

Por eso en el espacio relativamente breve de un año, no ha de extrañarnos que se hayan sucedido tantos homenajes, conciertos, recitales, dedicación de plazas y calles, fiestas, la edición magnífica de sus poesías completas, etc. Tanto, que a la pobre Juana de Grandes, a sus hijas y nietas, ya casi no les quedan lágrimas, de tantas como derraman continuamente, de pena y de gratitud, todo junto.

Citaré entre docenas tres homenajes muy recientes: los que este verano le rindieron en Lechago y Jorcas, dos pueblecitos de la provincia de Teruel que tienen detrás a dos grandes emprendedores culturales: Luis Alegre y Lucía Pérez. Y el de hace apenas dos semanas en mi villa minera natal, Andorra, donde se acaba de acordar dedicarle una calle, y donde un puñado de poetas y cantores (hombres y mujeres, jóvenes y no tanto) recitaron y cantaron sus poemas y canciones, y todos coreamos emocionados Somos y el Himno a la Libertad. El Himno... ¡Buena conmemoración en las Cortes!

Precisamente en vísperas de este tan doloroso aniversario, tuvo lugar el pasado jueves en las Cortes la petición, con casi 25.000 firmas en su apoyo de las que fue portavoz Emilio Gastón, de que nuestro Parlamento autónomo diera rango de himno de Aragón al más conocido de todos los cantos de Labordeta: el Himno a la Libertad. Claro que resultaba muy fuerte la coincidencia: no se llegó antes a tiempo, y acaban de cuajar lentamente las elecciones en un nuevo gobierno, de otro signo, ahora apoyado por quienes se sumaron otrora a las solemnes y hermosas honras que encabezaron Marcelino Iglesias y Juan A. Belloch y ahora, en su cambio, a la negativa.

Allí no se discutía la figura de Labordeta, aunque de refilón estaba muy presente. Y nadie ha osado -al menos no última, prudentemente- pedir que se suprima el otro himno, hecho por un surrealista encargo en el mundo de la música: ¡cuatro estupendos poetas enormemente diferentes, hubieron de pactar una letra bella pero encorsetada a partir de un libreto musical preexistente! El resultado: que ni siquiera los más tozudos y amantes de lo nuestro (me tengo por ambas cosas) hemos sido capaces de aprenderlo por entero, demasiado solemne, demasiado arcano, aleja en vez de incorporar.

La solución estaba brindada: conservar el preexistente himno como oficial, pero tendiendo la mano a esos miles de firmas, a esa bellísima canción que nos hace elevar los brazos y unirlos y sentir la vibración de la esperanza: aceptar el debate (mal camino iniciamos si ni siquiera se puede debatir algo solicitado por tantas firmas: y que se diga y salga lo que quiera, sin miedo a las ideas ni a las palabras). Y luego, a pesar de las ya anunciadas razones y las guardadas, se podía haber aceptado que ese himno, cuando cierre tantos actos, oficiales o no, prevista o espontáneamente, fuera «otro » de nuestros himnos, también voz de todos; no, como puede acabar pasando, que el «viejo» sea como es ya sólo muy oficial, y el de la Libertad sólo popular, y quizá mayoritariamente de izquierdas.

No nos sobran himnos, como no nos sobran ninguna de nuestras tres hermosas lenguas ni caminos comunes. Pero, claro, eso hubiera supuesto mucha imaginación y generosidad, mucha más altura de vuelo en las derechas que han comenzado a gobernarnos, y a las que me hubiera gustado hoy elogiar por ese gesto perdido.

En el año transcurrido tras su muerte, el inicialmente mítico Labordeta se ha ido diluyendo, para dar paso a la razón utópica posponiendo el sentimiento. Significa hoy un mensaje, una idea global de sinceridad, esfuerzo, solidaridad, libertad y todo tipo de igualdades, defender cuanto está en riesgo, sean valles o personas, soñar otro mundo posible. Eso no es patrimonio de nadie, como ocurrió con la rápida dedicación del Parque Grande de Zaragoza. Labordeta, con o sin himnos, es parte muy destacada de nuestra historia y nuestra cultura, demasiado excepcional como para permitirnos el lujo de que sea solo de algunos aragoneses. Esta batalla, a mi entender pírrica (como digo con frecuencia con Goethe, esto es peor que un crimen: es un error), no debe ser anuncio de guerra, sino señal de que se ha ido demasiado lejos, sin cálculo, cuando aún las brasas del dolor arden incandescentes.