"El agua ya ha entrado a Pradilla al romperse uno de los diques traseros, y cuando esta noche se inunde el pueblo podría llegar a una altura de entre metro y medio y dos metros. Los pocos que quedábamos hemos salido corriendo", afirmaba el alcalde de Remolinos y presidente de la comarca, Alfredo Zaldívar, desde el polideportivo de Tauste. Un pabellón que acogió hasta 150 de los evacuados a la espera de ser distribuidos a casas de familiares o vecinos. Anoche, y mientras 80 personas cenaban en el edificio, Pradilla ofrecía un anegado panorama. El agua había alcanzado la casi totalidad del pueblo, cuyo aspecto era vacío, oscuro y frío. "La batalla del Ebro está perdida", aseguraron.

Esta dramática situación también la compartían localidades como Gallur --donde algunas calles fueron anegadas por la mañana-- Novillas, Cabañas, Boquiñeni --que vivió la rotura de una acequia de riego-- o Alcalá, donde la alerta persistía aunque sin llegar al desalojo forzoso. Todos miraban con temor un altísimo cauce del Ebro que no menguaba, llevándose aguas abajo troncos, cañas, ramas y maleza. Algunas de las carreteras que unen estas localidades permanecían cortadas al tráfico.

El casco urbano de Pradilla ya había sido evacuado desde primeras horas de la mañana de ayer. El alcalde, Luis Eduardo Moncín, dictó un bando de desalojo para personas mayores, mujeres y niños. Y la Guardia Civil cumplió la orden recorriendo puerta a puerta todo el pueblo. Pero nadie quería irse, sobre todo las mujeres, aunque todos sabían que el desbordamiento estaba "a punto de caramelo".

"NOS ECHAN" "Hemos dejado a maridos e hijos y hasta que no nos echen no nos vamos", lamentaba ayer, a las 11.30 horas, un grupo de vecinas de Pradilla a la entrada de la cooperativa del pueblo, centro de operaciones del desalojo forzoso. Pero la situación fue empeorando y a las 23.00 horas sólo faltaban 200 metros para que el agua alcanzase este edificio.

Por la tarde, el Centro de Coordinación Operativa de Aragón (Cecop) incluso estudió la posibilidad de una voladura aguas abajo para que el caudal no entrara a presión al pueblo, pero ya era tarde y ni siquiera los técnicos pudieron acceder a la zona anegada. A las 22.30 horas, las informaciones que se recibían desde el pabellón de Tauste --adonde acudió el presidente de la DPZ, Javier Lambán-- era que el agua alcanzaba el metro de altura. "Aunque se trabajó muy rápido, no se ha llegado a tiempo para continuar levantando un dique que quizás hubiera aguantado esta crecida", afirmaba Martín Llanas, alcalde de Epila.

Los habitantes de Pradilla estaban ayer agotados. Las jornadas que estaban viviendo creaban una sensación de incertidumbre y los ánimos no estaban calmados. "Lo que tenían que hacer es quitar las islas que hacen que el río suba aún más el caudal", le decía uno de los vecinos al consejero de Medio Ambiente, Alfredo Boné, quien acudió a Pradilla junto al presidente Iglesias y el consejero Gonzalo Arguilé.

"Esto es la ruina. Por un lado están las cosechas, pero si el agua entra en mi casa tendré que cambiar las tuberías y realizar un montón de arreglos, como el de la maquinaria agrícola", se quejaba un joven agricultor. Nadie había dormido esa noche, ni tampoco lo haría la siguiente. Sus ojos, enrojecidos, y su entre triste y rabiosa mirada delataba que en aquella situación era mejor callar y observar.

¿Y ahora qué? Las aguas no bajan tan rápidas como cualquiera hubiera deseado y los daños tardarán en calcularse. A partir de hoy, la información girará sobre las consecuencias de esta riada, cuyo volumen ha sido inesperado para todos. Ahora le toca el turno a Zaragoza y a la ribera baja del Ebro, cuyos municipios esperan, expectantes, esta crecida, la mayor de los últimos 40 años.