La primera reacción de los zaragozanos ante los efectos de la crecida del Ebro en la capital fue la sorpresa. Después, la gente se lanzó a la calle para ver el espectáculo llevados por la curiosidad y por la novedad del acontecimiento. Finalmente, llegó la desconfianza. "Ahora estamos alborotados y casi hasta disfrutamos viendo calles inundadas y farolas cubiertas por el agua, pero luego vendrán los pagos y no nos maravillaremos tanto", advirtió ayer un hombre mientras contemplaba desde el puente de Santiago cómo habían quedado las riberas del río. "Mi familia y yo somos socios de Helios y por muchas ayudas que de la DGA y el ayuntamiento, estoy seguro de que lo pagaremos de alguna manera, con derramas o como sea", añadió.

Quienes más contentos estaban eran sus dos hijos pequeños, viendo el estado en el que había quedado el club. "Los hemos apuntado a natación y no les gusta nada, así que ahora están dando saltos de alegría porque nos han avisado que esta semana la piscina cubierta estará cerrada y no tendrán que ir a nadar", explicó.

Como él, un centenar de personas observaban el caudal del Ebro. Algunos llevaban cámaras de vídeo y comentaban los desperfectos que habían grabado en otros puntos de la ciudad. "Pasado el puente de Hierro, en la calle Monreal se ha caído la valla de un colegio, parece ser que se ha movido la tierra y la Policía ya ha cortado el paso con las cintas esas azules", decía una mujer.

Toda la ciudad había amanecido adornada con bandas de plástico de la Policía Local que prohibían el paso a determinadas zonas, aunque los agentes se mostraron impotentes ante la avalancha de curiosos que desde primera hora de la mañana acudía a las riberas del Ebro para ver el espectáculo. La avenida de Ranillas fue una de las más concurridas, los coches se amontonaban aparcados en doble fila en ambos lados de la calzada y la Policía tuvo que esforzarse para conseguir que dejasen la vía libre con el fin de evitar accidentes. Al final, recurrieron a las multas. "¿Pero cómo pueden multar hoy?", protestó uno de los afectados.

Junto al río, algunos parecían defraudados con el nivel alcanzado por el agua. "¡Pues tampoco es para tanto! Ni siquiera han sobrepasado los muros de contención", se lamentaba un joven, no satisfecho con tener ante sus ojos las huertas de Juslibol inundadas.

En la margen derecha del río, las imágenes eran aún más escalofriantes, sobre todo en La Almozara. Las canchas de baloncesto del colegio Jerónimo Zurita seguían inundadas, al igual que el Tiro de Pichón y el centro militar deportivo El Soto, donde una bandera española ondeaba totalmente rodeada de agua.

Los jubilados eran ayer los grandes maestros de la calle. Explicaban a todo el que quería escucharle la evolución de la crecida. "Ayer por la mañana, el agua sólo cubría hasta mitad de la ventana de esa caseta y mira hoy cómo ya no se ve ni un solo cristal", señalaba un hombre ya mayor. "Ahora, lo menos tendremos que esperar tres días a que baje la riada y luego no habrá quien entre en los barrizales", añadía.

Alguno contaba su experiencia en el año 61, aunque la mayoría la habían vivido fuera de la capital aragonesa. "En el campo se pasa peor porque como tengas tierras, ya puedes dar por perdida la cosecha, esto no es nada más que un pequeño susto", comentaba el mismo hombre que había seguido la evolución de la riada. El ambiente que se respiraba ayer en las calles era de tranquilidad. "Al final, en Zaragoza no se ha notado más que en un par de apagones y garajes", opinaba. "Menos mal".