Por primera vez en una semana, hemos conseguido dormir", afirmaban ayer los habitantes de Pradilla reunidos en uno de los bares de la localidad, adonde acudieron a tomar el café tras haber comido en sus casas. Y es que la tranquilidad, aparentemente, se había adueñado de este pueblo, desalojado el viernes e inundado en parte por la crecida del Ebro. Las calles más afectadas seguían embarradas y algunos almacenes anegados mientras las motobombas trabajaban en achicar el agua, cuyo rastro permanecía imborrable en las paredes, a una altura que variaba y que alcanzaba un máximo de metro y medio.

Todo el pueblo se afanaba en las tareas de limpieza, aunque los técnicos enviados por la Diputación Provincial de Zaragoza (DPZ) desaconsejaron habitar las viviendas de planta baja hasta dentro de dos semanas. El grado de humedad era tan alto que hasta podía olerse a través de las mosquiteras de las ventanas abiertas de par en par, y que dejaban entrever los daños en paredes y muebles.

"Creo que las consecuencias en el casco urbano han sido un 40% menos de lo que en principio pensábamos, pero allí donde el agua ha entrado la situación está fatal", aseguraba el alcalde, Luis Eduardo Moncín. Aunque sólo una casa y varios cobertizos sufrieron derrumbes, un centenar de edificaciones se han visto seriamente afectadas.

La escuela, por ejemplo, no puede ser utilizada, y alrededor de 30 niños tendrán que trasladarse a Tauste para seguir con las clases durante toda la semana.

LOS DAÑOS En cuanto a la evaluación de los daños nadie se atrevía ayer a cuantificarlos. Por un lado están los bienes inmuebles individuales, ropas de casa, pinturas de paredes, libros, sofás o incluso la propia estructura de los edificios. Por otro, los aparejos y la maquinaria agrícola almacenada en graneros y garajes, que deberán ser reparados, así como tractores o vehículos. Desde el Cecop (el Centro de Coordinación Operativa) se confirmó ayer la muerte de 50 conejos, diez ovejas, catorce terneros y seis gallinas.

A esto hay que añadir el destrozo de las calles por parte de los camiones que trabajaron en levantar los diques, las tuberías, etc. Pero también las huertas continuaban ayer anegadas, dejando aflorar las puntas de las acelgas, alcachofas, coles o puerros; los campos de cultivo, aunque ya se había recogido el maíz y parte de la cosecha de coliflor; y, en especial, las acequias, caminos y toda la infraestructura de los campos.

"Esto es un desastre y ahora habrá que esperar para comprobar si las promesas de ayudas son ciertas", decía un vecino mientras Protección Civil se encargaba de repartir alrededor de cien menús --paella, escalope con lechuga y piña-- entre los voluntarios, miembros del Ejército, trabajadores enviados por la DPZ y para todo aquel pradillano que quisiese. Una mesa que también compartió, entre otros, el delegado del Gobierno y el director general de Protección Civil, Juan San Nicolás.

El nivel del cauce del Ebro seguía bajando, pero el ayuntamiento continuaba con un trabajo frenético, al igual que los vecinos, preocupados por avisar a los seguros particulares, y el Ejército, que ayudaba con las motobombas, apuntalaba casas y controlaba el equipo autónomo que iluminaba el dique.