"La guerra es la peor experiencia que un ser humano pueda imaginar o vivir". La reflexión no la hace un pacifista. Es el comentario de un general de 59 años que ha combatido en muchos frentes y sabe por experiencia que nadie escapa ileso del campo batalla. Sir Michael Jackson, jefe del Estado Mayor británico y máximo responsable de las tropas enviadas por Tony Blair a Irak, está considerado como uno de los militares más lúcidos y carismáticos del Reino Unido. Un personaje con cara de pocos amigos, voz ronca, faz rocosa, sonrisa de lobo y un natural desaliño indumentario que difícilmente pasa inadvertido. La prensa y sus subordinados le apodan el príncipe de las tinieblas y macho Jacko, aunque él lo detesta y prefiere que le llamen Mike, a secas.

Jackson sirvió en Bosnia entre 1994 y 1996, pero la comunidad internacional le recuerda como el hombre que gestionó la crisis de Kosovo, como comandante de la fuerza de mantenimiento de la paz de la OTAN. Fue durante esta misión cuando Jackson tuvo una agarrada sonada con el general norteamericano Wesley Clark, que quería enfrentarse a las fuerzas de Rusia que habían entrado en Kosovo y tomado el aeropuerto de Pristina, sin el acuerdo de la OTAN. "No voy a comenzar una tercera guerra mundial por usted", respondió el británico. "Tuvimos diferencias de opinión", dice ahora en tono socarrón cuando le recuerdan el incidente.

El borrón del Ulster

La de Kosovo fue una página de gloria para este refinado militar, hijo y padre de militares, casado en dos ocasiones, con una capacidad ilimitada para beber whisky sin emborracharse, fumador de puros, que se enroló en el Ejército a los 19 años, se licenció en la Universidad de Birmingham y habla ruso con fluidez.

El suyo es un brillantísimo expediente en el que, sin embargo, hay un borrón que se remonta al inicio de su carrera cuando, después de trabajar para los servicios secretos, fue transferido en 1970 al Regimiento de Paracaidistas en Irlanda del Norte. El entonces capitán Jackson estuvo implicado en Londonderry en los sucesos del domingo sangriento de 1972, cuando 14 civiles católicos desarmados murieron a causa de los disparos de las tropas británicas. Los paracaidistas fueron los ejecutores de la masacre y Jackson, junto al teniente coronel Derek Wilford, fue uno de los responsables.

Su implicación en los hechos, que precipitaron al Ulster hacia una larga noche de violencia que duró 30 años, no le impidió seguir escalando puestos en la jerarquía militar, cubrir misiones en Berlín y los Balcanes, y recibir varias distinciones de la Corona. "Nosotros estamos al servicio del Gobierno", declaró recientemente el general, cuando le sacaron a relucir la impopularidad de la campaña en Irak. "En el seno del Ejército no hay ningún sentimiento de que estemos solos y no ha habido soldados que no quieran ir al Golfo --asegura--. Al contrario, los que no han ido están enfadados con los que han ido. Eso es lo típico en el Ejército británico y me parece una costumbre muy sana".

El ejemplo de Vietnam

El hombre, que se describe a sí mismo como "un nómada", considera el ejemplo de la guerra de Vietnam ("un conflicto prolongado, con enorme cantidad de pérdidas humanas") como una importante lección que no se puede olvidar. Su mayor inquietud ahora es velar por la seguridad de sus hombres en Irak, "porque los generales y los ejércitos --dice-- no son nada sin los soldados".