Todavía andaban besándose entre las filas del palco de las autoridades cuando fueron saliendo al escenario, entre aplausos, los maestros de la Filarmónica de Israel, provectos y serios como manda el Talmud, en un desfile interminable. Mahler necesita siempre esa masa orquestal de cien músicos. Y después entró el gran coro Amici Musicae tenso ante la cita, que ocupó su sitio detrás sin mover una pestaña.

Se hizo un silencio largo y apareció Zubin Metha de frac para meter a todos en el Allegro Maestoso de la Segunda Sinfonía Resurrección, desde un estrado sin atril ni barandilla, dos peldaños por encima del mundo. Sonaba la orquesta poderosa, como un gran buque en avance por el océano de la música, el capitán llevándolo seguro por pasajes de calma y de galerna, sin descanso. La batalla titánica de Mahler entre el optimismo y la decepción que diagnosticara Freud. El canto de dolor de un mundo que sufre. El arpa goteaba.

Era la víspera de la gran cita de hoy en Ranillas. Francisco Pellicer, el director general adjunto de contenidos de la Expo declaraba: "Estamos con alta tensión positiva. Es un momento emocionalmente muy fuerte, de muchos logros". Roque Gistau estaba tranquilo: "Hemos hecho los deberes". Y luego, "parece que todo viene bien" con ese venir confiado y centrípeto que dice mucho más que ir, porque añade alegría. Y el cronista, Domingo Buesa, dijo haber detectado en la calle la sensación de fiesta "somos los anfitriones". Todos se saludaban optimistas.

Al llegar el momento de intervenir el coro muchos tuvieron la sensación de que aquello era "lo más parecido al cielo". Miguel Ángel Tapia explicó que hubo que convencer a Zubin Metha para que aceptara a Amici Musicae. Ayer hubo gente que salió llorando de la Sala Mozart.