En 1996, cuando Gustavo Alcalde saltó al ruedo político público al ser elegido candidato del PP al Congreso por Zaragoza después de que la entonces alcaldesa, Luisa Fernanda Rudi, rechazara la oferta, nadie le conocía. Y dijo: "No creo en los líderes carismáticos". Su reflexión era que él no tenía el carisma de la alcaldesa, pero advertía que cuando ella empezó su carrera política tampoco tenía el gancho de ahora.

Desgraciadamente para él, doce años después sigue sin tener carisma, y en su ciclo quizás se ha notado en exceso que llegó a la presidencia del PP con una maleta demasiado ligera, como siempre ha dicho, para dejar claro que la tenía preparada en cualquier momento para cogerla y marchar. Lo hará en otoño porque ya no puede más.

Sustituyó a su amigo asesinado, Manuel Giménez Abad, y los vientos sociales no le eran favorables. Aceptó sin condiciones porque el PP le necesitaba. Su reto fue dinamizar y cohesionar el partido, sin levantar ampollas dentro y llegando a extramuros con claridad y eficacia. Era difícil y ha cosechado dos derrotas electorales y muchos líos internos.

Es cierto que lleva muchos años tragando quina porque su partido en Madrid, sobre todo en la etapa de José María Aznar, no le ayudó mucho, pero Alcalde se percató muy tarde que para ser presidente de Aragón y tener cierto peso en la comunidad, no se puede votar a favor del trasvase del Ebro. "Dimitiré si hay trasvase", retó hace un año, al límite de la asfixia, a sus jefes en Madrid. Pero era tarde y además Mariano Rajoy le respondió en el cara a cara con Rodríguez Zapatero diciendo que sí que haría el trasvase. Un desastre.

Flojo orador, discreto en su actividad política, el todavía presidente del PP aragonés no ha conseguido ser referencia para los sectores sociales, económicos y culturales que tienen mucho que aportar a la colectividad y solo las siglas del partido le han salvado los muebles en las contiendas electorales para que la caída no fuera mayor. Eso sí, tiene unas virtudes personales a tener en cuenta y una honestidad demostrada.

Pero ha pecado también en estos años de no acertar con su equipo. Se ha refugiado más en la amistad que en el valor y ni supo cortar de raíz conflictos serios como el generado por Fernando Martín, ni las cuestiones casi de niños surgidas en el provincial de Zaragoza. Eso le provocó desgastes añadidos que, tarde o temprano, tenían que desembocar en su marcha.

Hace tiempo que todo el mundo lo sabía. Es verdad que muchos de los que quieren renovarle llevan más años que él y que a los 50 todavía se pueden hacer muchas cosas. Pero la maleta de Alcalde era tan ligera que hace días que ya no pesa nada.