El fútbol le tenía guardada una mala noticia a David Villa. Pero no sabía que le aguardaba anoche. En una acción rutinaria --era un esprint--, el goleador de la Eurocopa (lleva cuatro tantos) notó un problema muscular. Aguantó un par de minutos sobre el césped, pero ya no estaba allí. Su cabeza andaba en otro sitio. Sabía que no era una lesión grave, pero sí lo suficientemente importante para alejarle de la final. "Villa se pierde la final. No es grave, pero tiene un tirón y no podrá jugar la final", comentó Luis Aragonés.

"Estoy triste. Él también lo estaba, claro que sí. Es un peaje caro, carísimo", se lamentaba el seleccionador porque ha perdido al jugador más determinante. Al Villa trabajador, al Villa astuto, al Villa que llegó sorteando la presión del siete de Raúl hasta convertirse en el pichichi del torneo. Pero esa falta, esa maldita falta le aparta del partido más deseado por un jugador. Sin él, España no habría llegado a la final. Y ahora, mira por donde, España juega la final sin él. "Yo jugaría hasta cojo si hace falta, pero no es bueno forzar. Noté la lesión en un sprint y luego al tirar la falta me mató", se lamentó Villa.

Entre tanta alegría, el rostro triste de Villa sobresalía en el vestuario de la selección española en Viena. "Unos están más locos de alegría y otros son más cautos", dijo Casillas, el portero de la selección, retratando lo que se vivía entre los jugadores tras golear a Rusia. "Llevamos más de dos años esperando este momento. No podemos olvidar que los inicios no fueron buenos", añadió el guardameta del Madrid. Y antes de regresar a la fiesta que sacudía a la selección, Casillas tuvo tiempo para acordarse de una persona muy especial: Genaro Borrás, el médico de la selección que falló recientemente. "Le mandamos un fuerte abrazo a Genaro, esté donde esté", contó un emocionado capitán de España tras la clasificación.