Por la forma de ponerse las rayas de la cara se notaba la gente que estaba segura de que ganaríamos y la que no. Algunos las llevaban desmayadas, casi horizontales y otros, sobre todo los más jóvenes y los críos, las llevaban bien tiesas. Un caballero con la gorra del Atlético se había montado en el bus de la Expo con un ambientador sonoro o bocina al que, con tacto y afición, alguno le saca hasta el pasodoble de las Islas Canarias. Aa hora y media de la final, la Policía vallaba la fuente de la Plaza España.

A la entrada de la Expo se repartían banderitas españolas con el Fluvi impreso y había quien llevaba la enseña española en alto y la francesa impresa en los calcetines blancos. La cola ante el anfiteatro 43 era de época. Mucha gente ocupaba el espacio de hierba que hay ante el Pabellón puente, como en el circuito de Jerez.

Ante los gritos del gentío se abrieron las puertas a las 20,15 y entraron las primeras chiquillas de BUP que llevaban sentadas allí desde las cuatro de la tarde, para tener el privilegio de jalar a Fernando Torres y a Casillas desde la primera fila. Cantaba Sabina El sol es una estufa de butano y varios chicos se sentaron formando con las espaldas la palabra PASAÑE, sin recordar el orden en el que pintaron la que sería la palabra de la noche. "Podremos decir: Yo estuve allí", dijo uno de ellos "¿Dónde?", respondió el de la eñe. Una mujer pintaba la cara de su marido con el mismo cuidado que si ella se pintara los ojos, entre las 9.000 personas que calculaban los de la radio que había en las gradas.

El triunfo

Comenzó el partido con pitidos a Ballack. Pablo Garza, de 25 días, dormía en su cochecico, cuidado por su madre. Un animador consideraba que los espectadores de Ranillas estaban un poco adormecidos. Arancha cumplía 28 años. España salió asustada, pero una jugada de Xavi e Iniesta en el minuto 14 levantó una gran ola en la explanada. El cabezazo de Torres al palo suscitó gritos de piercing. Un niño que había acudido a los títeres de cachiporra, al ver que Pelegrín sacudía a dos fantasmas comenzó a animarle: ¡A por ellos, oé!. Tal era el ambiente general.

El gol de Torres inició los abrazos y los saltos. Hasta la Reina tuvo un salto de sayas que hizo reir a la gente. El descanso desató forofismos inducidos, soltando a Manolo Escobar por la megafonía. Primero se aplaudió a Cesc, al ser sustituído y cuando le llegó el turno a Torres se sintió como la muerte de Patroclo en la Iliada. Nervios paralizantes ante la sospecha de que Alemania estaba esperando su momento. Faltando ocho minutos todo el mundo estaba de pie: "¡¡Este partido, lo vamos a ganar!!". En el descuento, se cantó la cuenta atrás de los segundos, y cuando aquel partido terminó, nadie quiso moverse de allí, en una onda ya no agitada, sino lenta y feliz: Llamadas por el móvil: "Jorge, dile a Andrés que se ponga. ¿Habéis visto?" y la novia, al lado, que grita: "Hemos ganado, el equipo colorado". Botaba la gente en Ranillas y se hacía fotos. Unos nepalíes sacaron en procesión sus pífanos y platillos entre el gentío. Por el puente de Santiago una caravana de motos flambeantes; por Cesar Augusto, los abanderados toreaban a los coches. Una riada iba hacia la plaza España a bocina suelta. Como aquella noche de París.