Perdido en el terrible fragor del tijeretazo zapateril, el desmadre bursátil y el acojone ciudadano, el inicial debate sobre la gestión del Ebro y de los ríos españoles en general se ha perdido en el éter. La nueva vuelta de tuerca al caso Camps o la evidencia fiscal de que Fabra y señora se escaqueaban a la hora de pagar impuestos, también. Incluso la defenestración de Garzón por el Consejo General del Poder Judicial ha ocupado espacios secundarios. En Aragón, Iglesias se toma la situación con esa bendita calma que le caracteriza. Biel habla de la crisis como si fuese una cosa que sucede en Marte y el delegado de Economía del Ayuntamiento de Zaragoza, don Francisco Catalá, ha explicado muy ufano que recortando los sueldos del funcionariado se ahorrarán cinco millones y medio en lo que queda de año y unos once y pico millones al que viene (el presupuesto municipal total es de ochocientos millones).

Todo esto no forma parte de diferentes aspectos de la situación, sino de una sola e inmensa faceta sobre la que convergen los frentes de la actualidad. La suma del conjunto nos ofrece dos características demoledoras: la primera, que todavía es preciso discutir sobre lo obvio, lo cual significa que estamos en Babia; la segunda, que aún no han entendido las personas con mando en plaza (y buena parte de sus votantes) que vivimos una coyuntura en la que no caben apaños colaterales y arreglos simbólicos sino una catarsis en toda regla.

La unidad de las cuencas fluviales, por ejemplo. Por supuesto que debe preservarse la unidad de su gestión, frenando los trasvases y estableciendo dos prioridades esenciales: el abastecimiento de las poblaciones y los caudales ecológicos. Ni Cataluña puede venir con su planificación autónoma del Ebro, ni el Levante puede pretender llevarse mas de mil hectómetros cúbicos para mantener un desarrollo demencial e insostenible, ni Aragón puede reservarse más de seis mil hectómetros caiga quien caiga (y cuando haya sequía, ¿de dónde los sacamos?). La vigencia en los órdenes del día políticos de semejantes barbaridades indica que aquí fallan resortes esenciales de la gobernanza.

Combatir esta crisis fabricada previamente por el desmadre financiero global (y la locura inmobiliaria patria) implica poner en orden las cosas básicas, frenar radicalmente la corrupción política y empresarial, blanquear la economía y acabar con esas locuras y alucines que nos hermanan con los emiratos árabes y otros escenarios de Las mil y una noches. Lo de Garzón hace juego con la cremá levantina (tomen nota los jueces: hay personajes y asuntos donde la Ley ha de pasar por el embudo). Y si el ahorro institucional en la capital aragonesa se limita a unos poquitos millones mientras preparamos eventos que supondrán gastos cien veces mayores, estamos aviados.

Elemental, queridos amigos.