Toda decisión de un ente superior --que es como desde España seguimos viendo a la UE-- genera una expectación desmedida. La resolución de la Comisión Europea de dejar fuera de la Red Básica de Infraestructuras Transeuropea a la Travesía Central del Pirineo y al Canfranc hay que considerarla en su justa medida: en primer lugar porque la UE solo financia el 10% del coste de ambas infraestructuras, dejando así la duda de cómo financiar el resto; y por otro lado, porque la inclusión de una infraestructura en una Red Transeuropea no garantiza su realización, como ha ocurrido con el Canfranc y con la propia TCP.

Pero más allá de esta decisión, conviene valorar si las estrategias están siendo las más adecuadas. En el contexto de crisis en el que vivimos, en el que las inversiones públicas están siendo cuestionadas incluso en servicios básicos como la sanidad y la educación, ¿resulta creíble que el Gobierno de España presente cinco ejes diferentes para su inclusión en la Red Básica de Transporte?. Y en el mismo sentido, ¿tiene lógica que Aragón quiera incluir tanto el Canfranc como la TCP?.

Trazar una estrategia en materia de infraestructuras ferroviarias significaría tener una política de ordenación del territorio coherente con los tiempos que vivimos y acorde a un modelo de desarrollo y de planificación. Lejos de esta idea, nos entretenemos peleando porque unos u otros proyectos entren en unas u otras listas y acabamos creando listados y propuestas para contentar a todo el mundo. Quizá sería más interesante aprovechar para explicar que es necesaria una estrategia que vele por la ordenación y el equilibrio territorial.

Hay quien dice que además de falta de estrategia, el gobierno está ocultando, con esta maraña de propuestas, otras incapacidades mayores. Puede ser. El caso es que, mientras, proyectos como el Canfranc no solo siguen parados, sino que empiezan a ser pasto de las llamas.