Puede que Aragón sea uno de los pocos territorios españoles que se han llegado a movilizar por su derecho de autogobierno. Y no una vez, sino cuatro. Seguramente eran otros tiempos cuando más de 100.000 personas se pusieron en pie tal día como hoy de los años 1978, 1992 y 1993 y unas pocas menos en 1994. Se reclamaban señas de identidad y por aquellas fechas se medía un pulso político que hoy tiene perfil bajo. Tres décadas después, tras varias reformas, más autogobierno y el trasvase del Ebro casi descartado, el 23-A ha perdido carácter reivindicativo. Pero no porque los aragoneses estemos muertos, sino porque se ha conseguido mucho de lo que se perseguía y hemos logrado vivir mejor que antes. Pero cuidado. Estamos vivos. Si alguien amenaza con quitarnos algo de nuestro bienestar aragonés, que tanto nos ha costado, volverá a levantar el clamor social. Ahora toca sujetar lo que tenemos. Y el primero que lo tiene que hacer es el Gobierno de Aragón, sin decir amén y sin la apatía de sus primeros 9 meses. Por eso este debería ser el San Jorge más crítico.