Qué más se puede decir? Esta parece ser la conclusión de los debates y columnas de opinión de estos días, donde unos y otros oscilamos entre la sensación de repetirnos y el esfuerzo de encontrarle sentido a esto. Pero hay que seguir con nuestro proyecto de vida, individual y colectivamente. La gente, con razón, está angustiada, las preguntas se repiten, luego estallan las bombas y hay unos minutos de comunión en la tragedia. Es lógico, cuando hay muchos miedos individuales hay también otro miedo colectivo, y por ello hay que buscar consuelo juntos.

Temas recurrentes estos días hay varios. Por ejemplo, la lucha antiterrorista no debería ser solo cosa de los gobiernos, el contrato social nos obliga a aportar nuestro apoyo, que ni debe ni tiene por qué ser incondicional, pero es cosa de unos y de otros. Sobre todo no debería ser tema de confrontación electoral o electoralista, llámenlo como quieran, pero veremos lo que dura el consenso. Las políticas públicas de respuesta a todo esto deberían ser ocasión para que la clase política mostrase un esfuerzo unitario a fin de sacar lo mejor de sí misma, y la verdad, el empeño es desigual.

Para darse fríamente la mano Mariano Rajoy y Carles Puigdemont han tenido que ir al primer aniversario de una catástrofe como la de Germanwings, pero si Raúl Castro y Barack Obama pueden intercambiar bromas e ir a un partido de béisbol, como hicieron el martes, ¿no pueden nuestros políticos quedar a tomar un café? La intransigencia en cosas tan obvias no representa principios, representa debilidad moral. Ha de ser en entierros y funerales, ¿en serio? Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se ven forzados a coincidir en un acto en solidaridad con las víctimas de los ataques de Bruselas y ¿todavía no saben si van a "quedar" o a "llamarse" un día de estos? ¿España no necesita un gobierno, justamente ahora?

Conocemos cada vez más el perfil de los reclutados para el suicidio terrorista y sabemos que las fuerzas de seguridad hacen un trabajo monumental, pero han de sentirse más apoyadas socialmente. Hay muchos remilgos de algunas gentes ante los uniformados, policías y militares, a los que algún edil no quiere en salones de la enseñanza, pero los belgas y los franceses los quieren en sus calles, más que nunca. Las víctimas del terrorismo no son de nadie, excepto de sus familiares y amigos, pero también son de todos nosotros.

Y sobre todo, una cosa que está al alcance de cualquiera en nuestras calles y plazas: ¿no sería hora de conocer personalmente a algún musulmán de los cientos de miles que viven con nosotros? Una estudiante de nuestras universidades, con pañuelo en la cabeza, fue increpada (por una señora) en el metro a la voz de "¡vuelve a tu país!". A lo que ella replicó con una sonrisa: "Es que soy de L'Hospitalet...".

Ah, y parece repetirse un patrón de comportamiento, en cada grupo de terroristas. Al final hay uno que se lo piensa, se echa atrás, y echa a correr. Suele ser el jefe, dispuesto a luchar hasta la última gota de la sangre... de sus amigos.