Cinco años después ya nadie duda de que los miles de indignados que salieron a la calle el 15-M estaban inaugurando solemnemente un nuevo ciclo en la política y la sociedad española. Sabemos cómo empezó pero resulta difícil prever su desenlace, máxime cuando ya no hay metarelatos que pretendan explicarnos el mundo.

Aragón no es ajeno a esta realidad, y en la actualidad los impactos de los indignados se dejan sentir por todo el territorio tras la sacudida destituyente que supuso el 15-M y que tuvo el acierto de identificar lo que no funciona y lo que no queremos, aunque aún no esté nada claro cuál es la alternativa. Sabemos de dónde venimos, pero quedan muchas dudas sobre dónde queremos llegar, motivo por el cual, el camino se torna incierto.

El 15-M, o mejor dicho, los diferentes y múltiples 15-M surgieron en España en vísperas de unas elecciones autonómicas y municipales, en un contexto de fuerte crisis económica, política y social, que acaba generando una crisis sistémica. En las plazas eclosionaron carencias y malestares previos, --muchos de ellos procedentes de la Transición--, a los que se añadieron los propios del momento. Por ello, y pese a su aparente espontaneidad, los indignados recogieron la estela de las reivindicaciones que venían haciendo años atrás diversos colectivos y organizaciones sociales, haciéndolas emerger como consecuencia de la difícil situación en que se encontraba nuestro país en aquel mayo del 2011.

A estas se añadieron las frustraciones propias de toda una generación nacida en un contexto de seguridad y bienestar que veían cómo sus expectativas, por primera vez en varias décadas, eran --y siguen siendo-- regresivas. Cuando el movimiento dio el salto de la red a la calle, en España el paro había alcanzado el 22%, llegando hasta el 47% entre los jóvenes. El esfuerzo, la formación y el estudio ya no eran la puerta de entrada a la estabilidad y la seguridad, sino tan solo la antesala del precariado.

A esta crisis se unió la percepción de la incapacidad de la política para hacer frente a tal situación. En el mejor de los casos, había dejado de ser un instrumento útil para resolver los problemas reales de la vida real y la gente real, y se había convertido en rehén de unos intereses económicos sin rostro cuyo poder trascendía a cualquier estructura política. Tal es así, que se empezó a hablar de la diferencia --hoy profundamente asumida-- entre la economía real y la economía financiera, especulativa o de casino. Se creó, por tanto, una percepción de la existencia de dos mundos: el de la "gente", víctima y pagana de la crisis económica, y el del stablishment, que consiente o fomenta, por acción u omisión, esta situación en la que la desigualdad es cada vez mayor y los dos mundos están cada vez más distantes.

En los años posteriores hemos ido conociendo estudios de diferente naturaleza que han mostrado a la clara cómo esa brecha se ha ido agrandando con la crisis, y cómo la idea del 1% contra el 99% se muestra de forma cada vez más obscena.

TODA ESTA SITUACIÓN llevó a miles de personas a salir a las calles rompiendo los silencios propios de una sociedad cada vez más individualizada, cuyo capital social se encontraba fuertemente erosionado y en la que se había instalado la máxima neoliberal: "There is not alternative". No hay alternativa. Frente a esto, y desafiando este escenario, los indignados de las plazas descubrieron, o redescubrieron, la potencialidad de la acción colectiva y el derecho a la resistencia.

Es en este contexto en el que el 15-M irrumpió, convirtiéndose en una reivindicación de regeneración y "repolitización" de la sociedad española, y eso fue lo que cambió todo. Por eso eran radicalmente erróneos los análisis que situaban al 15-M en discursos antipolíticos. Nada más lejos de la realidad: el 15-M rompió con un periodo de "desafección" y apatía política, y apostó por más democracia y más política, de forma que esta trascendiera los límites de lo institucional. Y lo hizo --como tantas veces en la historia--, con una impugnación a todo lo que se percibe como stablishment: partidos políticos, sindicatos, medios de comunicación, grandes empresas y organizaciones sociales, que ya no daban respuesta a los problemas del día a día, y que además eran responsables de haber creado, o de haber dejado crear, la crisis en la que se había hundido el sistema, expulsando a millones de personas. En las plazas se gritaba alto y claro: "No somos antisistema. El sistema es antinosotros".

La respuesta que el 15-M da a esta crisis sistémica, y que puede considerarse como una de las mayores aportaciones, es una llamada a la apropiación de lo colectivo, incluyendo aquí tanto lo político como lo social, lo cultural o lo económico. De hecho, y aunque no sería exacto considerarlos como un efecto o impacto exclusivo del 15-M, a partir de ese momento empezaron a ver la luz una miríada de iniciativas económicas basadas en la idea de disfrutar frente a la necesidad de poseer, o la fuerza de la colaboración frente a la lógica de la competencia. De ahí el auge de fenómenos como la economía colaborativa, la economía del bien común o la "ética hacker".

COMO SE AFIRMA afirma de forma insistente por algunos destacados activistas del 15-M, todos estos impactos, y otros muchos que no caben en estas líneas, no son 15-M, pero sin el 15-M, no hubieran sido posibles. Al menos, no con esta intensidad ni rapidez. Cinco años después, podemos observar cómo las consecuencias de aquella explosión de indignación y de reapropiación de lo colectivo están cambiando nuestras vidas. También en Aragón.

UNO DE LOS IMPACTOS más claramente identificables del 15-M es la aparición de nuevas formaciones políticas que recogen la herencia de los indignados. Estamos ante una relación polémica, como se ha podido comprobar esta misma semana en un comunicado emitido por la Plataforma de Afectados por la Hipoteca y el colectivo 15-M PaRato, en el que se acusaba a Pablo Iglesias y Alberto Garzón de querer apropiarse del espíritu del 15-M por haber escenificado su acuerdo electoral en la mítica plaza de Sol de Madrid, epicentro de la

ovilización. Por otro lado, la enérgica entrada en las instituciones de las nuevas formaciones ha topado con la dificultad de tener con solventar, en muchos casos mientras están gobernando, las contradicciones que genera oponer la lógica de la participación a la de la representación. Es decir, gestionar una institución con unas reglas del juego pensadas para garantizar la estabilidad desde las estructuras clásicas de los partidos, con sus dinámicas y procesos propios de movimientos sociales, o más exactamente, de movimientos en red.

ESTO HA SUPUESTO tensiones en el seno de estas formaciones, pero también un enorme obstáculo a la hora de gestionar el día a día de instituciones complejas, desconocidas para buena parte de los activistas, y difíciles de reformar si no se tienen las suficientes complicidades ni la capacidad de crearlas. Al quinto aniversario del 15-M hay que unir el primer año de gobierno de los "ayuntamientos del cambio", y el balance, al menos en Aragón, apunta más a políticas de resistencia y denuncia de la herencia recibida --con lo que tiene de higiene democrática--, que a planteamientos estratégicos transformadores capaces de poner en marcha --no solo de soñar--, un modelo de ciudad diferente.

Otro de los impactos del 15-M, relacionado igualmente con estas nuevas formaciones políticas en las instituciones, es la aparición de un nuevo cleavage político, aún sin definir, sobre la "vieja" y la "nueva" política, hasta el punto de haber hecho saltar por los aires el sistema de partidos resultante de la Transición democrática.

Esto no quiere decir, como se viene demostrando elección tras elección, que el eje izquierda--derecha ya no explique el voto. Más bien al contrario: izquierdas y derechas están reconfigurándose con los nuevos actores dentro de cada bloque, y en la medida que se reinventan, su relevancia se reafirma. Si en la derecha, por primera vez, ha surgido con Ciudadanos una alternativa al PP, en la izquierda lo que se está disputando es, por vez primera, la hegemonía, con un PSOE que ha dejado de tener varios hermanos pequeños para descubrir un hermanastro de su tamaño.

Un buen ejemplo de todo esto lo tenemos en Aragón, donde la enérgica aparición de Podemos en las Cortes ha hecho imprescindible tener que acudir a eso que llamamos "geometría variable" para poder contar con mayorías suficientes que permitan tomar decisiones, al igual que ocurre en el Ayuntamiento de Zaragoza, donde ZeC está obligada a la búsqueda de acuerdos permanentes con unos y otros, o en el de Huesca, donde un gobierno socialista necesita el apoyo de una candidatura de convergencia ciudadana.

Más allá de otras valoraciones lo que parece indudable es que el anterior modelo de grandes partidos a izquierda y derecha apoyados respectivamente por formaciones de carácter nacionalista ha llegado a su fin, también en Aragón. Está por ver si este nuevo sistema de partidos se confirma en próximas convocatorias electorales o si estamos en un escenario de fragmentación propio de cualquier transición, que dará lugar a una nueva concentración del voto. Lo que parece indudable es que tanto en el panorama institucional español como en el aragonés, la pluralidad va a dar lugar a nuevas formas de gobernar basadas en el acuerdo y la negociación permanente. ¿Están los partidos --nuevos y viejos-- preparados para ello? Todo indica que no.

COMO HE INTENTADO describir en estas líneas, el 15-M supuso el inicio de un proceso destituyente, pero aún no sabemos cuáles serán las bases del nuevo modelo resultante de un periodo constituyente. De momento, las certezas nos dicen lo que ya no funciona o ya no queremos: un sistema político representativo ajeno a la idea de participación y pluralidad, una democracia secuestrada por el neoliberalismo austericida, un sistema económico devorado por la especulación financiera, o una sociedad apática repleta de idiotas, en el sentido griego del término.

Ahora bien, lo que sigue siendo una incógnita es cómo articular una nueva mayoría contrahegemónica que construya una alternativa innovadora, transformadora y viable. Cuál es el punto de llegada y cómo llegar a él. Me consta que desde Asociaciones de Vecinos como las del barrio de San José o el Casco Histórico de Zaragoza, o desde grupos que mantienen vivos perfiles del 15-M en las redes sociales, se siguen buscando respuestas.

DE MOMENTO el próximo 26 de junio, se despejarán algunas dudas: ¿Seguimos en un momento destituyente o hemos pasado al constituyente? ¿Es el acuerdo sinónimo de debilidad o de valentía? Lo que parece evidente es que la indignación ha pasado de las plazas a las urnas y de ahí a las instituciones. Pero no conviene olvidar que la política tiene, inevitablemente, un alto componente de frustración, y la esencia de los diferentes 15-M fue el descubrimiento del enorme potencial que encierra un proceso de deliberación permanente, en todo momento y en todo lugar del espacio público, en una reapropiación de la política por el conjunto de la sociedad. ¿Será la deliberación el antídoto de la frustración? Eso sí que sería una nueva política merecedora de tal nombre.