Carla Vallejo es magistrada en un juzgado de instrucción de Las Palmas de Gran Canaria. Tiene 35 años y viste como una mujer de su edad, dos detalles por los que ha de soportar comentarios "despectivos o machistas" de algunos colegas, que aluden a su juventud, su aspecto o a la eventualidad de que decida tener hijos. "En mi profesión, la igualdad es más formal que real. Existe un estado de opinión que da por hecho que si tienes un hijo tu desarrollo profesional te interesará menos, y eso nos perjudica", afirma Vallejo.

"El mundo de la judicatura española es un perfecto espejo de la discriminación que sufren las mujeres en el resto de la sociedad", asegura la magistrada. "Allí donde hay discrecionalidad e interviene la decisión subjetiva o política, las mujeres perdemos", dice Vallejo. "De otra forma, no se explicaría que siendo mayoría en la carrera judicial, seamos tan pocas en las cúpulas decisorias", añade. El sistema judicial español se nutre de un 52% de mujeres y un 48% de hombres, pero la presencia femenina en las cúpulas de decisión y dirección es anecdótica. "Mi profesión se comprime en un embudo con la parte estrecha situada arriba. En el único lugar en el que no percibimos discriminación o rechazo es en la sala de juicios, cuando estamos frente a un individuo que está siendo juzgado. Los ciudadanos nos ven como jueces neutros".

Ese embudo es la organización del poder en la Justicia. "En el Tribunal Supremo son 16 hombres y una mujer, en el Constitucional 12 y 2 y lo mismo en el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ)", explica la jueza.