La aplicación del bálsamo constitucional para ir cerrando la supurante herida de la política catalana debe, además de cauterizar las puñaladas del independentismo, contribuir a recuperar los tejidos y a sanear las zonas del cuerpo social afectadas por el virus nacional-populista. Es importante que la recuperación del enfermo se encomiende a un equipo médico-político lo suficientemente capaz como para evitar recaídas o errores en el diagnóstico o en la medicación, que nos harían perder un tiempo precioso, y acaso regresar a los parámetros de la infección. Por suerte, la bacteria que ha reducido la visión y movimiento de Puigdemont y otros a la de un burro con orejeras no ha pasado a la comunidad autónoma de Aragón. Desde los primeros síntomas, el presidente aragonés, Javier Lambán, ha ejercido como médico de campaña, tendiendo en la frontera un cordón de aislamiento ideológico, advirtiendo sobre la ilegalidad de las armas del adversario y reclamando medicinas urgentes para sanar a los heridos en el campo de batalla. El diagnóstico de Lambán, coincidente con el de Alfonso Guerra y otros ilustres cirujanos de la Transición, no era temerario ni alarmista, sino tan razonable en la observación de los síntomas como ajustado a criterios objetivos.

Cumplida la misión, habrá que plantearse ahora por el futuro de las relaciones entre las dos comunidades, Aragón y Cataluña. Que fueron buenas al principio, con Tarradellas y el primer Pujol, y malas a partir de que el pujolismo abrazase la intransigencia y el pensamiento único. En los últimos tiempos, con Artur Mas y Puigdemont, dichas relaciones, enturbiadas por el expolio de los bienes de la Franja y las periódicas reclamaciones territoriales, esa ridícula e insultante fórmula de «los países catalanes» de Junqueras y Esquerra, apenas hubo comunicación.

La recuperación de los bienes de la Franja y la objetivización de la historia de la Corona de Aragón pueden ser, para el Gobierno aragonés, dos desafíos más próximos de solución tras la destitución de los consellers de Cultura y Educación del Govern, los catalibanes Clara Ponsatí y Lluis Puig. Sin ellos, la cordura regresará a la Generalitat y, con la razón retornarán, ojalá, todas esas obras de arte, retablos, óleos, esculturas, amén de la eliminación de los libros de texto de esa fraudulenta corona catalano-aragonesa que hace reír y llorar.

Se abre un tiempo de esperanza.