Ayer fue un día histórico para Aragón, sin paliativos. El largo pleito para recuperar las obras del monasterio de Sijena vendidas ilegalmente a Cataluña culminó con su vuelta al espacio del que nunca debieron salir. Junto a las 43 piezas (la número 44 debe andar por las paredes de algún palacete de inquilino caprichoso) el séquito de técnicos y de fuerzas de seguridad desplazados al Museo de Lérida para recogerlas descargó algo más en el enclave oscense. Se trajo también la dignidad recobrada de un pueblo que en los últimos años ha luchado por la vuelta de tanto y tanto patrimonio expoliado. Ese Aragón a menudo ingrato o despreocupado de su pasado se procuró ayer una buena dosis de orgullo.

La unidad social y política en la comunidad, junto a la determinación de un juez que no se ha ido por las ramas, han sido fundamentales para el afortunado desenlace de este procedimiento. Una comunión que habrá de mantenerse intacta para futuras demandas aún vivas en los juzgados y para proteger y promocionar los fondos rescatados ayer. Los intentos del independentismo pancatalanista por tergiversar la realidad eran previsibles. También el victimismo infundado representado en una protesta bulliciosa pero minoritaria. Son dos factores siempre presentes en los conflictos por la titularidad patrimonial con Cataluña y que permanecerán ante futuras reclamaciones. Lo que de ningún modo cabe esperar es que los partidos con responsabilidades de Gobierno en Aragón y en España se echen los trastos a la cabeza para dirimir responsabilidades, por más que en el contexto de tensión de una campaña electoral haya quien necesite expiar culpas. Para la comunidad aragonesa, la vuelta del patrimonio emigrado es algo más íntimo y deseado, y está muy por encima de coyunturas partidistas o de la legítima crítica política.

La recuperación del patrimonio no es una historia de vencedores y vencidos, ni una lucha entre territorios. La vuelta de los bienes al cenobio es la primera etapa en un largo camino reivindicativo por recorrer. Aún resta la vuelta de las pinturas de la sala capitular, arrancadas en la guerra civil, o la entrega de las piezas de las iglesias que formaban parte de parroquias aragoneses adscritas a la Diócesis de Lérida. O saliendo de nuestras fronteras, otras obras mayores o menores vendidas o robadas, esquilmadas en cualquier caso. ¿Por qué no soñar con el Vidal Mayor, que aguarda en Nueva York?. Un día histórico, el de ayer, que habría de ser preludio de una etapa esplendorosa en la recuperación del patrimonio y, más importante, en la mejora de la autoestima del pueblo aragonés.