La peatonalización de una calle, la que sea, es siempre una decisión política. Surgida de una mayoría aplastante o una minoría dispuesta a asumir la carga y el desgaste que siempre provocan estos procesos, hay suficientes motivos a favor y en contra para hacerlas. Tantos como soluciones a los problemas que crea. Por eso debates como el de las obras de Don Jaime I, que ni siquiera es una peatonalización al uso -pero propicia la infraestructura para hacerla-, se enmarca en lo que el ayuntamiento navegaba hace más de dos décadas con la calle Alfonso I, peatonal desde el 2001, y antes con las de Delicias, Cinco de Marzo o la de San Miguel. La complicada discusión entre lo que defienden los técnicos y lo que les viene bien a los políticos. La diferencia entre el efecto Venturi aplicado al diseño de la escena urbana, y la fábrica de fantasmas que nunca deja de producir. El principal, que se revaloriza todo, también los alquileres para los comerciantes y residentes.
Da igual el momento histórico, los técnicos de Urbanismo aseguran que a la hora de valorar cualquier proyecto de este tipo apelan al efecto Venturi, ese que a la aeronáutica le sirve para sostener un avión en el aire y que, aplicado al diseño de calles, dice que cuando se estrecha el conducto por el que pasa un fluido, este circula a mayor velocidad. No es difícil adivinar cuál es ese conducto, la acera, y tampoco descifrar para qué les sirve: para entender que la peatonalización ralentiza el paso y favorece la observación de los escaparates o que la calle Don Jaime I se ve «como una autopista de peatones a gran velocidad y de paso».
Tras varias semanas de intensa bronca, política y a pie de calle, por unas obras que suponen la elevación de la calzada hasta la cota de la acera, garantizando la accesibilidad universal al centro, la opinión pública se divide entre los que opinan que esto debería llegar a todo el casco antiguo y quienes ven amenazada su tranquila cotidianeidad. Merece la pena echar la vista atrás y comparar con cómo se vivió, a la vista de sus protagonistas, el proceso en la calle Alfonso I, que une, en paralelo a Don Jaime I y a 200 metros, el Coso y la plaza del Pilar.
FAROLAS ISABELINAS
La primera conclusión es que «aquella discusión que culminó con el estreno en el 2001 parece haberse olvidado para todos». Ni siquiera sus responsables técnicos recuerdan con precisión todos sus matices. Solo ideas fuerza como que fue «consecuencia lógica de convertir la plaza del Pilar en ese gran salón de la ciudad que concibió Luis García Nieto»; la tremenda bronca que supuso querer cambiar las farolas por otras isabelinas -uno de los últimos vestigios de la factoría Averly en Zaragoza-; y el «cambio radical que supuso en una calle que antes estaba repleta de coches, soportaba mucho tráfico y era el principal acceso a la plaza del Pilar».
«En este tipo de proyectos siempre hay y habrá gente a favor y en contra», destacan desde el área de Infraestructuras, que en los años de la calle Alfonso I tenía concejalía propia y hoy está integrada en otra más grande como es la de Urbanismo y Sostenibilidad. Aúna dos enfoques que son básicos a la hora de afrontar estos debates, la propia de las infraestructuras y la de movilidad. En aquel momento, el concejal del PP José Luis Santacruz llevó a buen puerto la peatonalización en un Gobierno en manos del PP que pensó, después. exportar la misma iniciativa al paseo Independencia, y que todos los zaragozanos recuerdan cómo terminó. La memoria es frágil cuando sale bien y muy sólida cuando se estrellan.
También hoy conviene recordar aspectos de entonces que ayudan a entender o directamente lo condicionan. Por ejemplo, que la ejecución de los trabajos fue realmente ágil. La reconversión de la calle Alfonso I se hizo en solo cinco meses: las máquinas entraron la mañana del 17 de abril y la estrenó el alcalde José Atarés un 27 de septiembre -antes del pregón de las fiestas del Pilar, como había prometido-, con corte de cinta e invitados ataviados con traje tradicional. Era otra época, pero no es baladí a la hora de entender el momento escogido para levantar una calle que, en esos momentos, tenía dos carriles de circulación y una acera de anchura similar a la de hoy de Don Jaime.
Mariano López Navarro, con 392 millones de pesetas de inversión (2,3 de euros), había cumplido un deseo político sin ambages: siempre se habló de peatonalizar. Y a manos de un PP que hoy conoce los fantasmas que fabrica un proceso como este. Porque los ha vivido y sufrido cuando era quien los impulsaba.
También sabe que lo que se promete, no siempre se puede cumplir. Por ejemplo, cuando se garantizó a los taxis turísticos que, aun siendo peatonal, ellos sí podrían seguir pasando. Tardó pocos meses en prohibirlo. O que Alfonso I podría ser peatonal porque la avenida César Augusto (que llegó a planificar con seis carriles de circulación y demoliendo el Mercado Central), sería la alternativa al tráfico rodado. Siete años después el tranvía, la acabó peatonalizando.
Esto también marca el futuro de Don Jaime I, ese cardo romano de comunicación con la margen izquierda es hoy aún más importante desde que las decisiones políticas volcaron todos sus proyectos de peatonalización en el ala oeste de la plaza del Pilar. La división entre lo que deseaba el entorno de la calle Alfonso I y las críticas que siempre hubo en el de la Seo hicieron que hoy Don Jaime I, San Vicente de Paúl y el Coso bajo, soporten todo el tráfico rodado para atravesar el centro, e hipoteca cualquier aspiración de peatonalizar a futuro. Cualquier paso al frente tendrá contestación. Le pasó en el 2014 a Juan Alberto Belloch con Don Jaime I y con el puente de Piedra.