Cuando todos los habitantes de la España vaciada nos juntemos mañana en Madrid para hacernos oír, no seremos bastantes para que nos escuchen. Seremos Todos, pero no bastantes. Muchos de nuestros paisanos no podrán trasladarse por motivos de edad, somos la España envejecida, por motivos económicos, somos la España pobre, o por motivos de trabajo, el medio rural no tiene festivos.

Unos estaremos presentes y otros muchos, todos, nos acompañarán apoyados en sus años y su cayado desde un banco al sol, desde su casa envejecida, o desde su granja mientras se dedica a que sus animales no les falte de nada. Es gracioso esto último, esta sociedad civilizada, en la que los ganaderos del medio rural se preocupan por sus animales pero nadie se preocupa de ellos.

Con nuestra presencia y nuestras reclamaciones calentaremos un trozo de Madrid, pero a nadie en Madrid podremos trasmitirle el frío silencio de nuestros pueblos callados. Ese silencio que rodea una parte de nuestra España. Ese silencio casi etéreo, que se toca, que se siente y que tiene la vida propia de aquellos que ya no están, que se fueron. Fracasaremos con nuestro calor, con nuestro ruido, con nuestra presencia; si fruto de ello no conseguimos que esa otra España, la España cómoda que vive al calor de los servicios, de las comunicaciones, de las ventajas que entre todos pagamos, no sepa sentir el frío silencio de la soledad de nuestros pueblos. Quizás estemos equivocados, quizás trasmitiéramos mejor nuestras reivindicaciones con una marcha silenciosa, como si fuéramos los fantasmas que habitan nuestros pueblos; trasmitiendo ese ruido de silencio que existe en nuestros pueblos, ese ruido que molesta.

Esa España cómoda que se adueña de todos los servicios, de todas las ventajas e incluso se adueñan de nuestros pueblos cuando vestidos de turistas cual conquistadores, llegan exigiendo a nuestros pueblos, a nuestros vecinos las comodidades de su España acomodada. Reclaman silencio y tranquilidad, cuando lo que queremos en nuestros pueblos es jolgorio y fiesta, reclaman limpieza cuando no saben que aquí cada uno se limpia la calle, reclaman servicios, pero no se empadronan en el pueblo para ser del pueblo, para votar en el pueblo. No luchan para que los servicios y comodidades que ellos disfrutan todo el año en la grandes ciudades se reparta por la España vaciada.

Esa España cómoda que nunca se pregunta las distancias que deben de recorrer los hijos, los pocos hijos, de la España vaciada para ir la escuela, que no se preocupan porque estos pocos hijos no pueden tener sus actividades extra escolares como ellos, no pueden ir a música a perfeccionar el inglés o simplemente a jugar a baloncesto, porque no son bastantes. Esa España cómoda que nunca se pregunta como hace un anciano en un pueblo cuando está enfermo, cuando necesita atención, cuando necesita compañía. Esa España cómoda que nunca se pregunta donde se puede comprar pescado, fruta, que digo… no se pregunta donde se compra el papel higiénico en un pueblo.

Esa España cómoda no se da cuenta que la España vaciada, para todo, necesita desplazarse. Generalmente al pueblo próximo un poco más grande, otras veces a la capital, que no deja de ser el pueblo más grande de todos los pueblos, con los servicios también limitados. Que los costos económicos de lo más básico se multiplican cuando formas parte de ese medio rural, que las circunstancias vitales te cambian cuando formas parte de ese medio rural, y que desde el medio rural, con nuestro frío silencio, se ve injusta la situación. Esa España cómoda no se da cuenta que las grandes compañías telefónicas no les interesa invertir en costosas antenas para dar servicio al medio rural, porque ganan más y mejor con su España cómoda. Que las compañías eléctricas no les preocupa los problemas eléctricos en el medio rural, porque ganan más y mejor con su España cómoda, y así podríamos enunciar multitud de servicios básicos que se van olvidando del medio rural. Todo ello es injusto, muy injusto, pero pudiera llegar a ser entendible desde el vil prisma de la exclusiva rentabilidad económica. Lo que no es comprensible y es vil por sí mismo, es que la clase política, esa España politizada, esa que está y debe de estar preparada para legislar para toda España se olvide de la España vaciada porque tampoco son rentables los votos de sus pocos habitantes.

Luego está la España hipócrita y cínica; esa España que se viste de verde; pero con esos verdes de pintura a brochazos que adquieren con sus beneficios sociales, económicos y culturales en los grandes centros comerciales. Ese verde asqueroso, que por muy verde que quiera ser desentona en el medio rural. Ese verde que irrita, que molesta, que interfiere en el medio rural. Estos hipócritas urbanitas que no saben vivir sin las comodidades del medio urbano y se atreven a organizar mediante reglas, normas y decretos desde la comodidad y el desconocimiento del medio rural, aquello que se puede o no se puede hacer en el campo. Esa España hipócrita que nos dice a los que vivimos en el medio rural que no contaminemos, cuando los que respiran la contaminación son ellos. Esa España hipócrita que nos dice que les produzcamos los productos agrarios más baratos, pero que cuando tienen que elegir en el mercado eligen la fruta maquillada, la carne envuelta en plástico y el pescado que ha viajado toda la noche en avión desde el otro lado del mundo. Esa España hipócrita que se empacha de falsos ecologismos sin saber convivir en el medio rural codo a codo con el medio ambiente, esa España que se envuelve en un capote de defensa animal sin saber que en los pueblos a los animales no se les defiende, se les quiere. Esa España hipócrita y torpe que se viste de eco y va envuelta en petróleo y plásticos, con prendas caras compradas para el monte.

Algunos de esta España hipócrita valorarán nuestro éxito, contando al día siguiente nuestra asistencia a Madrid en número de cabezas, cual si ganado fuéramos. No contarán los corazones que asistirán y los corazones que nos acompañarán desde la distancia de nuestros pueblos. Son torpes y no saben contar… no saben contar como un solo corazón que palpita se multiplica por todos aquellos a los que defiende. Son hipócritas, cínicos y torpes.

La España vaciada pedimos que la sociedad sea justa. Pedimos que no se nos pague con el olvido, que es más frío y crudo que nuestros inviernos. Pedimos que la España cómoda exija a las compañías, a la clase política y a los medios de comunicación, que nos necesitan, que somos necesarios para crecer juntos como sociedad. Podemos ser un reducto social, un punto de referencia en donde mirar de dónde venimos, en donde la felicidad de ver jugar un niño con un simple palo, sea la estela en la retina de esa sociedad en donde a todos nos gustaría reflejarnos. Esa sociedad que no necesita más que lo sencillo, lo simple y lo básico para ser feliz.

Por todo, la España vaciada reclama a esa España que se reconoce, que sabe que sus padres o sus abuelos emigraron del pueblo, que saben que los pueblos son necesarios, que nos acompañen, que nos arropen con su calor, que se sumen a nuestro grito de justicia, para que todos, esta vez sí, TODOS sí que seamos suficientes.