La sociedad avanza cada vez más hacia el autoservicio. Hágalo usted mismo, parece ser la consigna, algo que resulta especialmente evidente en el sector bancario. Las entidades on line, los móviles y los cajeros automáticos son los nuevos interlocutores de los usuarios, que de buena o mala gana se ven obligados a asumir tareas que hasta hace poco tiempo realizaban profesionales del sector.

El cara a cara delante de la ventanilla de la oficina bancaria para realizar movimientos de dinero en efectivo, gestiones de recibos o transferencias, prácticamente ha desaparecido. Es el arma letal que el sector financiero está utilizando para matar varios pájaros de un tiro: ahorrarse importantes costes de personal, acabar con las incómodas colas de los clientes y dedicar recursos a otros menesteres más lucrativos, fundamentalmente, la venta de productos.

La situación está llegando a tal punto que hay bancos que han optado por eliminar incluso las ventanillas en sus oficinas, obligando al cliente a interactuar, sí o sí, con cajeros automáticos de última generación en los que se pueden realizar todo tipo de operaciones. Que sea fácil o no parece importar poco. Ya se preocupará el cliente de aprender, por la cuenta que le trae.

En definitiva, se está consumando en la banca la desaparición del interlocutor, de la persona susceptible de ponerse enferma, coger vacaciones o hacer huelga. Qué ingratitud. Con lo poco que protesta el cajero automático, que si se estropea, en diez minutos se repara y sigue trabajando las 24 horas del día.

Paganos y desprotegidos. Así es como se sienten cada vez más usuarios de estos servicios, sobre todo aquellas personas que han entrado en la denominada tercera edad. Realizar un ingreso en un cajero o escanear el código de barras para devolver un recibo no son tareas tan sencillas, y hasta hace muy poco se resolvían cara a cara. Hoy, nuestros mayores, sobre todo, no pueden hacerlo. Y como estas, muchas otras.

Evidentemente, los tiempos están cambiando a ritmo de vértigo y los ciudadanos intentamos adaptarnos como buenamente podemos. Pero si para algo deberían servir las nuevas tecnologías es para ayudar, facilitar y mejorar muchos aspectos de la vida. Sin embargo, como sucede con los servicios bancarios, no se está consiguiendo.

La velocidad de vértigo de estas transformaciones está cogiendo con el paso cambiado a los más mayores, a aquellas personas a las que más y mejor debería cuidar la sociedad. Cuando esta queja se eleva en público, desde el sector bancario se contesta que siempre existirá una oficina que ofrezca el servicio anterior. Vale, pero, ¿dónde, cómo, cuándo, en qué horario...?

La solución, como siempre, debería estar en el término medio y, sobre todo, en el sentido común. Y esto último lo que sugiere es que en la medida en que la máquina sustituye al hombre se produce una gran quiebra: la cercanía, el contacto y la confianza, cuestiones tan importantes en cualquier ámbito de la vida, desaparecen. Y con esa pérdida, también a la hora de gestionar nuestro dinero, la sociedad se deshumaniza un poco más.