En estas fechas en torno al 8-M es imprescindible que nos paremos a analizar dónde nos encontramos en materia de igualdad. ¿Vale la pena todo este empeño? La respuesta, evidentemente, es sí.

Desde 1910, cuando se proclamó el Día Internacional de la Mujer con el sufragio femenino como principal objetivo, la situación ha cambiado mucho. Ha habido pocos movimientos más decisivos en la consolidación de las democracias en Occidente que el feminista. Un movimiento inclusivo, que aspira a integrar a todas las mujeres, tanto las que luchan contra el techo de cristal como las que intentan despegarse del suelo pegajoso.

Hay que ser tajantes en esta cuestión: es un deber ético ineludible para cualquier representante político luchar por que el género no nos lastre antes incluso de empezar. Y eso, por mucho que algunos se empeñen, sigue sin suceder aún en España.

Hemos avanzado en muchos campos. Nuestro país cuenta con uno de los gobiernos con mayor número de ministras y además contamos con una legislación específica y un pacto de Estado contra la violencia machista que son pioneros entre las democracias más avanzadas. En Aragón estamos poniendo en marcha herramientas, por ejemplo, para que todas las políticas públicas incluyan una necesaria perspectiva de género, para poder medir de antemano las consecuencias que tiene una ley o un decreto sobre la igualdad entre sexos.

Pero no basta. Como dijo la escritora inglesa Mary Wollstonecraft, «yo no deseo que las mujeres tengan poder sobre los hombres, sino sobre ellas mismas». Y esa es una de las ideas que debemos reivindicar: la nuestra no es una lucha contra los hombres, sino por lograr que las mujeres lleguemos a conseguir todo lo que nuestras capacidades nos permitan. Y es que además la experiencia acumulada en los últimos años demuestra que la igualdad funciona también en clave económica.

Un informe del Banco Mundial muestra que incrementar la proporción de los ingresos del hogar controlados por las mujeres modifica los patrones de gastos en formas que benefician a hijas e hijos. Otro estudio, este recogido por Naciones Unidas, determinó que la mortalidad infantil disminuye por cada año adicional de formación para las mujeres en edad reproductiva. Incluir a más mujeres en puestos directivos tiene una correlación directa con los mejores resultados de las empresas: los retornos son un 47% mayores entre los comités ejecutivos con más mujeres, las compañías incrementan su éxito para comunicar su misión y sus valores y, además, el ambiente de trabajo mejora de forma ostensible.

El 8 de marzo de 2018, toda la rabia por las injusticias acumuladas germinó con fuerza en una histórica huelga feminista. El país comprobó ese día que el movimiento iba en serio, que las mujeres nos habíamos cansado ya de esperar. Hubo mujeres de todas las edades, universitarias, de cualquier clase social, con hijos... Es una revolución y ya está aquí, escribió la escritora Emma Riverola.

Y, sin embargo, el movimiento feminista afronta en la actualidad una etapa de preocupación. Hay una oleada reaccionaria en Occidente de la que en España no nos hemos librado y que se ha vertebrado en un partido que niega una realidad tozuda: continúa habiendo una enquistada discriminación laboral contra la mujer y nos siguen matando por una cuestión de género. Lo pudimos comprobar en las Cortes, donde no se pudo aprobar una declaración institucional por la postura extremista de Vox.

El riesgo de involución existe, está ahí, y puede acabar afectando a las propias instituciones. Pero no podemos dar ni un paso atrás. Como dijo una asociación de juezas, «las mujeres no somos invitadas de la historia sino protagonistas». Es un deber ético que ocupemos el sitio que nos corresponde. Tenemos que creernos que la revolución va en serio.