Viernes. 22.00 horas. Empiezan a llegar las furgonetas de la Unidad de Apoyo Operativo de la Policía Local de Zaragoza (UAPO) al cuartel. Ya llevan un buen rato dando vueltas por la ciudad y ya han disuelto los primeros botellones y firmado alguna que otra multa por no llevar mascarilla.

EL PERIÓDICO sale junto a una unidad de la UAPO a patrullar la ciudad en una semana en la que se han disparado los contagios de coronavirus entre los jóvenes, se ha prohibido la apertura de los bares de copas (salvo los que tengan licencia de cafetería) y se ha dado la orden de acabar con el botellón. Un mensaje que no ha tenido efecto y en los barrios se van sucediendo pequeñas concentraciones de jóvenes con ganas de marcha.

A las 00.00 se interviene en el primer bar tras el aviso de un ciudadano. Se trata del Zerros Street y, en su interior, hay una treintena de jóvenes tomándose unas copas y compartiendo cachimbas sin cumplir las distancias de seguridad ni usar la mascarilla. Todo lo que no se debe hacer, por lo que se van a casa con una sanción de 100 euros. El dueño también es expedientado por abrir cuando su licencia no se lo permite. «Estamos en una situación de crisis sanitaria y usted como titular del local es responsable de que nadie lleve la mascarilla. El ocio nocturno no puede abrir. Informe a sus clientes y que vayan recogiendo sus pertenencias. Si vuelve a abrir estaría ante un delito de desobediencia penal», le explica la oficial de la UAPO ante los ruegos del propietario, que trata de convencer con explicaciones varias a los agentes de que él sí tiene permiso para abrir. No es así.

Tras algo más de media hora en el bar y aguantar los reproches de las jóvenes, incrédulas a pesar de la situación de alarma sanitaria, reciben otro aviso por radio: hay un grupo de chavales en el parque de la Memoria. Allá que vamos y donde encontramos a tres hermanos, una menor de edad, con las mascarillas en el codo y fumando. «Es que no hay nadie, por eso no la llevo puesta», justifican. No hay excusa que valga y la oficial al mando prepara la receta de 100 euros, no sin antes explicar la situación sanitaria y las obligaciones de los ciudadanos.

Al menos estos aceptan su error y se ponen la mascarilla sin rechistar porque, una hora antes, en la plaza de la Magdalena, un artista argentino ni lleva la mascarilla puesta, ni en el codo. Directamente no tiene porque dice que «la pandemia es una falsedad». Así que pasa de las muertes que se ha cobrado el coronavirus.

En el barrio Oliver, en la calle Pilar Aranda y a la 1.20 de la madrugada hay un grupete que se lo está pasando de vicio, botella en mano, y con un tono de voz que ha obligado a un vecino a llamar a la policía. Además de que hay menores, uno de ellos ya había sido multado sobre las 21.00 horas por estar en un local con más amiguetes sin cumplir ninguna de las medidas de seguridad. «Hola, soy yo, el de antes pero ahora llevo la mascarilla», dice sonriente, heroico ante las risas de sus colegas, que también volverán a casa con 100 euros menos.

En este caso, la santa paciencia y las explicaciones de los agentes sobre la gravedad de la situación ha servido para que lleve su mascarilla.