Mujer y Deporte
Yolanda Gil. El ADN indeleble del baloncesto
El baloncesto entró en su vida de una manera casual, imprevista y casi por generación espontánea, y le llevó a debutar en la élite con el Banco Zaragozano y ser campeona de Copa sin haber cumplido los 17 años. De retirada temprana por las lesiones y ahora disfrutando como espectadora y viviendo de los recuerdos de «abuela cebolleta», tiene claro que este deporte es una gran escuela para la vida.

Yolanda Gil posa con el trofeo en miniatura de la Copa de la Reina en la pista Pilar Valero del parque Bruil. / RUBÉN RUIZ
Ha encontrado la zaragozana Yolanda Gil en la comunicación y el marketing su medio de vida, pero en el baloncesto y de forma espontánea, como ella misma admite, se forjó el espíritu y el carácter que siempre le han acompañado. Campeona de la Copa de la Reina con 17 años, en Jerez en 1990 y con el Banco Zaragozano, las rodillas le retiraron demasiado pronto, pero la huella de este deporte permanece indeleble. «Está en mi ADN, es una parte esencial, y sigue floreciendo en mi vida en lo que implica de sacrificio, compromiso y de pensar en equipo, en la resiliencia, como se dice ahora. Yo sufrí mucho por no jugar y lo aprendí a llevar. El no ser la elegida también es un aprendizaje para la vida, que te da eso también. Me supuso una gran enseñanza», explica.
Llegó a la élite con solo 15 años, en plena adolescencia y con la legendaria Pilar Valero jugando en su puesto. «Tuve el privilegio de jugar con ella, pero también la losa, porque estar a su altura era imposible, me quitaba casi todos los minutos. Yo era una escolta-base, peleona, muy leona y con mucha rasmia, esa garra es la que paliaba a lo mejor la falta de talento», asegura, con esa dosis de autocrítica que esconde una carrera fulgurante, después de apuntarse con solo 9 años en Claretianas «de una manera casual, no hubo ni inspiración ni antecedentes, mi padre solo tuvo que firmar la autorización, fue una cosa mía y lo hice sola».
«Tuve el privilegio de jugar con Pilar Valero, pero también la losa, porque estar a su altura era imposible, me quitaba casi todos los minutos. Yo era una escolta-base, peleona, muy leona y con mucha rasmia, esa garra es la que paliaba a lo mejor la falta de talento»
Algo de talento claro que había. O mucho. De ahí a la Operación Altura que hizo el Real Zaragoza, que tenía esa sección, en infantiles y ya después al Banco Zaragozano y a la élite bajo la batuta de Zaga Zeravica tras lograr ser campeona en el Nacional cadete. «Debuté fuera de casa, en Cataluña, y recuerdo perfectamente que metí una canasta en ese partido», explica, rememorando a sus entrenadores, desde Alfonso Alonso, a Zaga, pasando por Antonia Gimeno o Conchi Navío. «Los pongo mucho en valor, te impactan tanto que te acompañan siempre. Yo todavía digo frases de Zaga…».

La exjugadora de baloncesto, en un momento de la entrevista. / RUBÉN RUIZ
Aquel Banco Zaragozano «era un equipo profesional, pero una familia sobre todo. Al ser tan jovencita tenía 11 mamis». Eran más que eso, con un amplio seguimiento, con la televisión, con La Granja primero y el Felipe después llenos para ver a unas chicas que levantaron en Jerez la Copa el 14 de mayo de 1990. Yolanda jugó en semis ante el Tintoretto Getafe, pero no tuvo minutos en la emocionante final con el Microbank Masnou, el partido siempre recordado por los 48 puntos de Karina Rodríguez. «Su llegada fue un meteorito, un tsunami, era puro talento y valentía. La hazaña que logró aquel día se ha visto muy pocas veces».
«El título de Copa nos marcó y lo sigue haciendo. Lloré de alegría con el del Casademont, ya no éramos las únicas»
«Aquel título nos marcó y lo sigue haciendo, cuando ganó el Casademont la Copa (2023) me alegré mucho, lloré, porque era un final de ciclo, ya que se retiró la camiseta de Pilar Valero. Me dije a mí misma que por fin me iban a dejar de hacerme sentir vieja en todos los homenajes. Ya no éramos las únicas», indica la exjugadora, que en 1994 se marchó becada a estudiar Marketing en el Michelle College en Connecticut, donde estuvo un año, para que al volver nada fuera igual. Las rodillas, una operación ya cuando era niña, la subluxación de rótula en el Preeuropeo júnior, las constantes tendinitis… «Y estaba ya desinflada de todo, pude ir a jugar a Burgos, estuve en el Casablanca, pero ya no era o mismo. Después, de un día para otro, decidí colgar las zapatillas».
Ahora disfruta del baloncesto siendo un poco «abuela cebolleta», como le gusta decir por la evocación a los recuerdos, aunque «la hija de mi pareja juega y la sigo, como todos los partidos del Casademont, que disfruto mucho, porque es el equipo perfecto para recuperar en la ciudad la pasión por este deporte, quedo con excompañeras, como Reyes Castiella o Carme González…». Y hay algo más, porque «me da por ir a veces a la pista del parque Bruil y tirar sola unos tiros y ver que conservo el estilo». El ADN siempre está ahí.
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