Nada va a ser igual después del Mundial que comienza este domingo. No es un tópico ni un verso adivinatorio. Es lo que la FIFA, Qatar y el resto de implicados han querido con la celebración de una cita en un país donde se cuestionan derechos fundamentales. Un torneo fuera de la normalidad del calendario que ha roto la planificación de los clubes. Con falsos aficionados que actúan en nombre del país que le adjudican para animar en estadios construidos en condiciones de esclavitud. Un Mundial que será el último baile de Messi y Ronaldo. 

Nada será igual ni lo fue desde la propia adjudicación de la sede. Un par de semanas antes del partido inaugural, Joseph Blatter, presidente de la FIFA en el momento de la designación, reconoció que ésta "fue un error y una mala elección de la que asumo mi parte de culpa, porque yo era presidente en ese momento". Además, apuntó directamente a Michel Platini, su homólogo en la UEFA.

Sede por presión

"Gracias a sus cuatro votos y los de su equipo, el Mundial fue para Qatar y no para EEUU, lo que habría sido un gran gesto después de la designación de Rusia, su enemigo histórico", añadió Blatter. "Una semana antes del congreso de la FIFA de 2010, Michel me llamó para decirme que nuestro plan (el de adjudicar a EEUU el Mundial) no funcionaría. Acababa de ser invitado por el presidente Sarkozy, que a su vez había mantenido varios encuentros con el príncipe heredero de Qatar", reveló el exmandatario.

Su sucesor, Gianni Infantino, mantuvo el discurso. "Cuando das trabajo a alguien, aunque las condiciones sean duras, les das dignidad y orgullo. Se han observado avances que tardaron décadas en Europa. Obviamente, murieron personas, pero tres. Son muchas, pero tres", dijo en una defensa que inicial la serie documental Qatar, el Mundial a sus pies, elaborada por La Media Inglesa.

"La FIFA debería haber reconocido que, al carecer Qatar de la infraestructura necesaria, se necesitarían millones de trabajadores migrantes para construir la Copa del Mundo y darle servicio", explica la ONG Human Rights Watch, para quien las reformas laborales introducidas por las autoridades qataríes "llegaron demasiado tarde o se aplicaron de forma demasiado débil para que la mayoría se pudiera beneficiar". Llevar un Mundial al estado árabe supuso levantar de la nada ocho estadios, ampliar el aeropuerto y otras infraestructuras clave, con un coste de 220.000 millones de euros, 17 veces más que Rusia 2018, otra edición controvertida.

De ellos, 2.105 millones solo para el Estadio Nacional de Lusail, una ciudad-isla creada para el torneo. Es el coste de convertirse en el centro del mundo y atraer todas las miradas, aunque con filtro. Lo experimentó en carne propia la televisión danesa el pasado martes, cuando tres hombres intentaron parar un directo. "Ustedes invitaron a que todo el mundo viniera aquí. ¿Por qué no podemos grabar? Este es un lugar público", les dijo el reportero en inglés.

Derechos LGTBI

Porque los visitantes, pero también profesionales, tendrán que atender al código de conducta elaborado por las autoridades locales. Las emociones, a cubierto, y los derechos LGBT seguirán anulados, más si cabe tras escuchar a Khalid Salman, embajador del Mundial, que tildó "la homosexualidad de daño mental". La coerción ha generado la respuesta de jugadores, entrenadores y aficionados. Países Bajos, Dinamarca, Bélgica, Alemania, Suiza y Gales portarán el brazalete con la bandera arcoíris dentro de la iniciativa ‘One Love’, a la que se había unido inicialmente Francia. Sin embargo, Hugo Lloris, capitán galo, se negó: "Quiero respetar las tradiciones de Qatar".

Por su parte, Oliver Bierhoff, director de Alemania, defendió que "los jugadores deben centrarse en el deporte". Porque sí, el Mundial sigue siendo el mayor evento deportivo, capaz de convocar a 5.000 millones de personas y otorgar la gloria a una de las 32 participantes. Aunque para los 832 jugadores, el mero hecho de estar en Qatar es una recompensa. Lo sabe bien Sadio Mané, que tendrá que abandonar la concentración de Senegal. 

Una temporada partida

Lo intentó hasta el límite de sus fuerzas, pero tendrá que ser operado. Ha padecido el mismo dolor el francés Nkunku, quien abandonó la concentración francesa después de lesionarse con Camavinga. España también lo ha sufrido con Gayà. Ni siquiera pudieron viajar Pogba, Kanté, Werner, Jota o Reece James. Muchos jugadores han jugado con el pie levantado durante el último mes. Nadie en el mundo del fútbol se había visto antes en una situación tan anómala como la que plantea Qatar 2022, incrustado en medio de un calendario saturado que ha partido en dos una temporada que es una incógnita.

Los que se han quedado con sus equipos deberán hacer una nueva pretemporada. Los que vuelvan de Qatar lo harán con un cóctel de kilómetros y emociones. Estas circunstancias tan peculiares impiden hacer cualquier pronóstico, aunque los focos apuntarán a una constelación intergeneracional en la que figuran Mbappé, Benzema (Francia), Pedri (España), Lewandowski (Polonia), De Bruyne (Bélgica), Modric (Croacia)...  

Pero las miradas se centrarán, sobre todo, en Messi y Argentina. Será el último Mundial del astro, como de su némesis Cristiano, que afronta la cita con Portugal con menos protagonismo en el campo y más fuera de él. De Leo dependerá completar la baraja y emular a Maradona.