Lo sigue pareciendo 25 años después, pero no lo fue. Real como la vida misma, guardado en el recuerdo y en el corazón de todo el zaragocismo aquel minuto 14 y 50 segundos de la segunda parte de la prórroga cuando Mohamed Alí Amar decidió cambiar la historia y que el Real Zaragoza tocara la gloria. «Ese gol no se puede imaginar ni en el mejor de los sueños, es el guion perfecto de una película con final feliz. Ni el mejor de los cuadros, ni la escultura más perfecta, ni la canción más bella… Es un sueño hecho realidad», asegura Gigi, 25 años después de aquella obra de arte en el Parque de los Príncipes de París. ‘Un gol caído del cielo’, tituló aquel día L’Equipe, y Nayim mira hacia arriba y tiene claro que lo que cayó fue una ayuda divina para que esa locura, esa bendita locura, que ejecutó acabara en las redes de Seaman: «Leí que ese gol llegó ayudado por la Pilarica. Y me gustó. Estoy seguro de que alguien desde allí arriba me ayudó, a pensarlo, a decidirlo y a ejecutarlo».

«Lo sigo recordando como si fuera ayer». Y no le hace falta mucho esfuerzo. Los zaragocistas, o por extensión los aficionados al fútbol, se lo recuerdan casi a diario. «Lo he visto cientos, qué digo cientos, miles de veces, me lo muestran por la calle, me lo envían… Ese gol lo tengo en la retina en toda la acción, el control, el bote, el levantar la cabeza, el golpeo y sobre todo ver las dificultades de Seaman cuando le llega el balón», dice el exjugador, confinado en Zaragoza, ya que no pudo marcharse a Ceuta con su familia.

«Sé que la mayoría de gente pensó cuando lo vio que a dónde iba ese loco», comenta con una sonrisa pícara. Ese loco iba a abrir de par en par las puertas de la gloria con un gol imposible que se hizo posible, una parábola de 50 metros tras su disparo con el balón botando y que se elevó hasta los 12 metros de altura. Todo en dos segundos y 96 décimas imborrables. A Nayim siempre se le recordará por ese gol, como a Iniesta por el del Mundial o a Panenka por su penalti. Son ya referencias indisolubles. «Gané más títulos, con el Barça o el Tottenham, hice una carrera larga y tampoco vas a ir explicando a cada uno que no solo hiciste eso. En todo caso, es agradable, por la ilusión con que la gente te pregunta y lo llevo con esa mirada optimista porque fue algo muy grande».

Ese gol mágico, que «no se entrena, que no se ensaya, simplemente sale», le dio al Zaragoza su mayor título en la historia. Solo por eso muchos ya lo sitúan como el más importante en la trayectoria de un club que ya tiene 88 años. «Para mí lo es porque es el título más importante que tenemos los zaragocistas en un club que no ha llegado a menudo a citas de ese nivel en su historia. Otros pensarán que el más decisivo fue el que dio una permanencia, Andoni siempre dice que la salvación contra el Murcia fue el paso vital porque sin aquello no habría llegado lo demás», sentencia Nayim, que no puede evitar mirar al presente del club a ese ascenso tan necesario que parecía encarrilado antes del parón por el coronavirus. «Subir es ahora más importante para el Zaragoza que cualquier otra cosa».

Está claro que la realidad en estos 25 años ha cambiado mucho para el zaragocismo, de tocar el cielo en París a moverse en el fango de la Segunda. Lo que no ha cambiado es el cariño de la gente hacia Gigi, que tiene con su nombre una calle en Zaragoza, otra en Trasmoz y hasta un parque en Alagón. «Estaré agradecido eternamente por las muestras de cariño. Aún me siguen dando las gracias, me hablan de qué hacían o dónde estaban entonces… Es una sensación espectacular. El cariño es continuo. Y a mí me llena de orgullo».

Regreso frustrado a París

Aquel gol y su figura protagonizan mucho de ese afecto, pero todo en el marco de un equipo inolvidable, que entró con letras de oro en la historia. Los Héroes de París son santo y seña del zaragocismo como lo fueron los Magníficos. «Éramos un equipazo espectacular, siempre lo digo y estaré agradecido a ese grupo de compañeros en el que seguimos en contacto, hablando todos los días. Se juntaron una calidad humana y una futbolística como ocurre muy pocas veces», explica con convicción, con la misma que muestra que ese gol a falta de pocos segundos no habría sido necesario si el fútbol fuera justo, porque «teníamos que haber ganado mucho antes. Tuvimos ocasiones, de Paquete, de Pardeza o de Aguado, llegó el gol de Juan... Es que fuimos mejores».

Con ese buen ambiente, esa idea de familia tan asentada en aquel equipo, el coronavirus ha impedido un reencuentro de todo aquel histórico equipo que era muy deseado por todos, 25 años después, en el escenario, en el estadio, en el mismo hotel, en los mismos lugares: «La idea del club también era esa. Celebrar es bonito, pero es secundario, ya habrá tiempo. Hubiese sido algo espectacular ir a París, reunirnos y revivir anécdotas. Ahora lo más importante es superar esta crisis y ya habrá tiempo de ir. Si no es a los 25, pues será a los 26».

En el presente, en el hoy, el calendario marca 25 años de una gesta para el zaragocismo y para toda España, más blanquilla que nunca ese día. «Poyet dice que ese gol nos ha cambiado la vida a todos, sobre todo la mía. Por cómo fue, por la importancia, por lo que significó… Cambió la mentalidad de los zaragocistas e hizo feliz a mucha gente». Y no, no fue un sueño.