Alfonso Soláns lo vivió con los nervios a flor de piel en el palco del Parque de los Príncipes. «Los ciento y pico minutos del partido fueron horribles. Y de pronto, pam, el loco de la colina. No sé cuánto estuvo el balón en el aire, dos o tres segundos. Cuando vi que entró, me caí en el asiento. El Mohamed…». Soláns no lo olvidará nunca. David Hillier, jugador del Arsenal que había entrado en el campo en la segunda parte y ya visualizaba la tanda de penaltis después de casi dos horas de resistencia colosal, observó atónito a cinco metros de distancia cómo Nayim embolsaba el balón con un golpeo seco aunque dulce, técnicamente perfecto y de una dificultad extrema pero al alcance de un pie como el del artista, una mano de seda moldeada para colarse en la eternidad con la parábola más fascinante que jamás se ha visto en una final, casi 50 metros de dibujo arrebatador sobre el cielo de París. «Al principio cuando la pelota empezaba a subir me dije ‘no, esto es imposible’. Al siguiente segundo me reafirmé: ’No puede ir dentro’. Instantes después ya era: ‘Vaya, pues puede que sí’. Cuando entró me quedé petrificado y pensé: ‘No me jodas, esto no puede estar pasando’. Me sentí derruido. Se nos cayó el mundo encima». Hillier no lo olvidará nunca.

El italiano Piero Ceccarini era el árbitro del encuentro. A sus 41 años, en el techo de su carrera, vio lo impensable desde una privilegiada primera fila. «Fue insólito. No se volverá a vivir algo igual. Enseguida supe que había asistido a un momento histórico». Ceccarini no lo olvidará nunca. Tampoco, por supuesto, el autor de la maravilla. «Ese gol no se ensaya, simplemente sale. No se puede imaginar ni en el mejor de los sueños, fue el guion perfecto de una película con final feliz». Por supuesto, Nayim no lo olvidará nunca. Ni él ni las miles de personas que todavía se lo siguen recordando 9.131 días después en un viaje perpetuo desde la inmortalidad a un presente permanentemente inmortal.

Todos estos personajes, y unos cuantos más, desfilan con sus evocaciones personalísimas por este suplemento conmemorativo del 25º aniversario de la Recopa, conquistada por el Real Zaragoza un inolvidable 10 de mayo de 1995, la noche de nuestras vidas. Un episodio utópico pero dichosamente real para la historia futbolística, deportiva y social de Aragón que ni usted, ni yo, ni nadie de los que lo vivieron olvidará jamás. Tampoco los que por edad no pudieron disfrutarlo. Las generaciones previas que sí lo hicieron les han hecho partícipes de ello, con sus anécdotas, sus memorias y sus crónicas, con sus risas y sus lágrimas de alegría, contadas de padres a hijos, de abuelos a nietos hasta impregnar décadas de zaragocismo.

ÉXTASIS COLECTIVO / La Recopa fue la muestra más deslumbrante del infinito poder del fútbol para hacer feliz a millones de personas al mismo tiempo, de cómo una sociedad entera puede unirse en torno a un momento extraordinario de júbilo, alrededor de un éxito de una dimensión desconocida: con todo Aragón fundido en las calles en un abrazo multitudinario con el Real Zaragoza. Un equipo que tocó la gloria gracias al golazo de Nayim (y al anterior de Esnáider, de gran belleza también) y que se gestó a partir de una idea atractiva del juego salida de la cabeza de un jovencísimo y audaz Víctor Fernández, con una magnífica elección de futbolistas de clase agrupados alrededor de esa bendita propuesta, con el club bien dirigido por la familia Soláns (la historia ha acabado poniendo su legado en su justo lugar) y ejecutado en el campo de manera sinfónica por jugadores míticos, todos ellos, desde el primero al último. Un grupo de amigos, una familia en aquel tiempo y una familia todavía hoy con estrechísimos lazos entre muchos de ellos. Valga la anécdota. El pasado 20 de marzo, Teledeporte repuso la final en prime time. El grupo de Whastapp de la Recopa de la plantilla echó humo. Humo y humor. Cada uno en su casa recordando con sus otras familias la noche de sus vidas.

Nayim no lo olvidará nunca. Víctor Fernández no lo olvidará nunca. Alfonso Soláns no lo olvidará nunca. David Hillier no lo olvidará nunca. Piero Ceccarini no lo olvidará nunca. Ningún zaragocista olvidará nunca el gol de Nayim y el icónico título de la Recopa. Ni ese día ni, por supuesto, el siguiente. Fue un momento de felicidad individual y colectiva absoluta que, ahora, en estas tardes tristes, con la primavera florecida pero la vitalidad marchita, les invitamos a recordar a través de las voces de sus protagonistas más directos. Con la emoción, la capacidad de conmover y el orgullo de pertenencia completamente intactos 25 años después. Porque, como bien dice Alfonso Soláns, «fue un momento único en la vida». Fue, en realidad, la noche de nuestras vidas.