Cuentan que en su día Torrero fue un lugar de vacaciones. Estaba lo suficientemente alejado del centro, es decir de Zaragoza, como para ser un escape al estilo de lo que hoy se podría entender como una segunda residencia. Eran los montes de la ciudad, aquellos a quienes dio nombre la familia de los Torrero, que se trasladó desde Luna a la capital en el siglo XV, aunque otras interpretaciones sobre su denominación aluden a la gran cantidad de torres que había en la salida del municipio en esa dirección.

Bien se sabe que las torres en Aragón son las casas cuya labor estaba dedicada principalmente a la huerta, pero sin olvidar su componente de ocio. Así, varias de estas torres jalonaban, a principios de siglo XX, una de las principales vías de entrada de la urbe. Tal era su importancia que con el tiempo formaron una de las más importantes avenidas de la ciudad: el Camino de las Torres. Y casi hasta el final de esta vía se comprendió Torrero, nunca delimitado por el sur, pero que llegó hasta Juan Pablo Bonet.

El barrio se parece hoy bien poco al de hace cinco o seis siglos. Tampoco a tiempos más recientes, cuando su fuente económica eran las canteras de yeso -ahí sigue la plaza de las Canteras para recordarlo­-, razón principal por la que se convirtió en un barrio de trabajadores a partir del siglo XIX y comienzos del XX, cuando solo estaba conectado al resto de la ciudad por el puente de América, única pasarela sobre el Canal Imperial.

Entre las canteras y las fábricas de yeso discurrió también un pequeño ferrocarril de vía estrecha que las conectaba, y no andaban lejos la fundición y el polvorín militar. También se podían ver grandes barcas que navegaban por el Canal Imperial cargadas de productos agrícolas que los fines de semana dejaban paso a unas góndolas, explicación de que a la zona se le empezase a llamar Venecia. Ahí queda la calle con ese nombre a la entrada del barrio. Y los Pinares, claro. O ese puerto hacia el que se ha extendido el barrio llamado Parque Venecia, una de las cuatro patas del distrito junto a La Paz, San Antonio y el propio Torrero.

El término en cuestión ocupa una extensión de 111,87 kilómetros cuadrados, con una población superior a los 36.000 habitantes, que crece imparablemente hacia el sur con el empalme urbano que se empieza a elevar esquivando las tapias del cementerio, camino de la inmensa superficie comercial que lo conduce hasta la Z-40 y sus ‘todas direcciones’.

El barrio conserva historia como el Barranco de la Muerte, probable escenario de un cruento enfrentamiento entre las tropas del rey Alfonso I y los almorávides hacia 1118, pocos días antes de que El Batallador entrase triunfalmente en La Aljafería. Aunque si por algo se recuerdan los montes de Torrero es por la Guerra de la Independencia. Allí se reagruparon las fuerzas de resistencia del alto Aragón, que destacaron por sus acciones heroicas contra el ejército de Napoleón.

En aquel 1808 ya pasaba por allí el canal de Pignatelli, concluido apenas un par de decenios antes. Tampoco faltaba mucho para la llegada del cementerio, cuya inauguración se produjo en 1834.

Las construcciones han sido una seña del barrio. Allí se levantaría en 1923 el estadio de Torrero, «donde jugaba el Iberia al pelotón», como cantaba Carbonell; San Antonio de Padua, cuya Iglesia está extramuros del barrio, hoy en San José, o la cárcel de Torrero, inaugurada en 1928 -se cerró en el 2005-; mientras en los 40 crecía al Este el barrio de La Paz.

El barrio mira de reojo hacia el pasado y su orgulloso carácter luchador mientras combate un presente en el que «lo fundamental» es colocar a las personas «en el centro de las prioridades», según José Luis Villalobos, presidente de la asociación vecinal, «para que los vulnerables no queden excluidos y se garanticen los derechos básicos de alimentación, vivienda, sanidad, educación..., mediante los servicios públicos».

El barrio, continúa Villalobos, «necesita una fuerte inyección de inversiones a todos los niveles. Hay que mejorar las riberas del Canal Imperial, mejorar el transporte público, fomentar la vivienda social y la rehabilitación. En la atención a los mayores hace falta un comedor social; y en equipamientos, la ampliación del centro cívico».

La principal queja es «que aquí hay barrios muy cuidados y otros en los que nos encontramos con zonas importantes abandonadas, como el canal, los Pinares de Venecia, por no hablar de la incomunicación que tenemos a veces con el centro por la carencia de autobuses». Al otro lado está Parque Venecia, que se consolidad con un crecimiento que será exponencial en el momento que abra el colegio proyectado.