"¿Qué si nos da para vivir? Pues mire, algún año sí, pero muy justos. Todo depende del tiempo, de los costes y de los precios a los que nos pagan lo que producimos”. Es la voz de uno de los miles de agricultores que estas últimas semanas están llenando de protestas las calles de España. Las movilizaciones, que volverán a Aragón el próximo 10 de marzo con una gran tractorada en el centro de Zaragoza, han estallado en el 2020 pero muchas explotaciones hace ya algún tiempo que están lanzado un desesperado SOS.

El problema es más que complejo. De la misma forma que no hay un solo cultivo igual ni una explotación idéntica, la crisis del campo tiene múltiples variables y aristas, pero todas parecen converger en una sola: los precios a los que los agricultores venden lo que producen.

En el 2019, la renta agraria española, en términos corrientes, alcanzó los 26.234,5 millones de euros, es decir, un 8,4% más baja que la del 2018 e inferior a las del 2017 (29.152 millones) y del 2016 (27.646). Esta renta agraria mide la remuneración de todos los factores de producción (tierra, capital y trabajo) por unidad de trabajo y año. La conclusión es clara: la renta se desploma. Y ese es el origen de las protestas del campo, que van más allá de una subida del Salario Mínimo Interprofesional (SMI) a 950 euros y de otras situaciones coyunturales, si bien es cierto que todo suma.

Y en este contexto, el precio de los piensos y los fertilizantes ha subido el 4,7%, pero también lo han hecho otros costes como los impuestos y los carburantes. Conclusión: cada vez hay menos dinero en los bolsillos de los agricultores porque se paga menos por sus productos, aunque sus costes siguen un camino diametralmente opuesto.

TIJERETAZO A LA PAC

Todo esto sucede en un momento más que decisivo para el sector primario, porque la negociación de los presupuestos europeos contempla un considerable tijeretazo a los fondos de la Política Agraria Común (PAC). Estas ayudas tienen como objetivo compensar a los agricultores por las tareas que los precios de sus productos no reflejan. Pero la hoja de ruta de Bruselas recoge una reducción de estos fondos de 925 millones al año para el campo español durante los próximos siete años. Ahí es nada.

El brexit, que no nos iba a afectar según postulaban algunos, se traduce en un agujero para las arcas europeas de 75.000 millones, que deberá ser compensado por algunos recortes y por los recursos que lleguen de las grandes economías europeas, entre ellas España, que pasaría a ser contribuyente neto a la UE. Y eso significa que aportará más de lo que reciba. Y eso es bueno desde una perspectiva de liderazgo europeo, pero también detraerá ayudas a un sector agrícola en apuros. La Unión de Pequeños Agricultores de Aragón (UPA) ya ha cifrado en 74 millones el recorte de la PAC en Aragón, que recibía hasta ahora alrededor de 530 millones de euros al año.

Esta es solo una pequeña parte del laberinto del campo, que también lucha por competir con productos de países como Marruecos y Sudamérica, que afrontan normativas menos estrictas y costosas. También pelean contra el cambio climático, contra las grandes superficies, contra el veto ruso a la fruta de hueso y la reciente crisis del coronavirus que pone freno a las exportaciones de algunos productos, contra los aranceles impuestos por Estados Unidos a productos como el vino y contra la hegemonía del sector servicios y el industrial en el PIB, en detrimento del agrícola, cada vez más olvidado y tan necesario.

SIN RELEVO A LA VISTA

La pregunta que muchos agricultores aragoneses se hacen es: ¿Cómo voy a dejar que mis hijos lleven una explotación que apenas permite salir adelante a duras penas? Y no les falta razón. La respuesta a la pregunta conlleva más despoblación y más abandono del medio rural, precisamente en un momento en el que la España interior está de moda, pero parece que solo de boquilla.

Pues bien, todo esto sucede a las puertas de la celebración de la Feria Internacional de Maquinaria Agrícola y Ganadera (FIMA) en Zaragoza. Será un buen escenario para calibrar el grado de hartazgo del campo y otear el horizonte. El sector no ha querido, dicen, llevar hasta aquí las movilizaciones porque “sería echarse piedras contra su propio tejado”, pero anuncian que no las protestas van para largo en toda España. También en la comunidad.

Durante los próximos meses veremos un sector más unido que nunca, más combativo que nunca y más consciente que nunca de que el futuro depende de Bruselas y del apoyo que reciba de los gobiernos. Pero también deberá hacer autocrítica y reconocer que una parte de su mañana está en su capacidad de adaptación a los nuevos tiempos a base de colaboración, redes comerciales más fuertes, más competitividad y, por supuesto, respaldo para una actividad vital.