El bovino bravío autóctono o, más comúnmente, la típica vaquilla de los festejos taurinos, forma parte del patrimonio natural de Aragón desde los tiempos de los celtas y los iberos, es decir, entre 12 y dos siglos antes de Cristo. Pero, pese a tan prolongada presencia, la especie está en trance de extinción. Hasta el punto de que en la actualidad, en su hábitat natural, que se extiende a lo largo del valle medio del Ebro, solo quedan 1.100 ejemplares.

Esta preocupante situación ha salido a relucir de nuevo, con más fuerza, a raíz de la devolución a Aragón, por parte de un coleccionista inglés, de unos cascos celtas expoliados en los años 80 en un yacimiento arqueológico de Aranda de Moncayo. Pues las vaquillas, desde el punto de vista del patrimonio natural, tienen tanta importancia como los vestigios de las armaduras de aquellos lejanos guerreros. En realidad, poseen unos orígenes tan antiguos como esos pueblos prerromanos.

«Lo peor de todo es que el bovino bravío autóctono no tiene ninguna figura de protección», lamenta Inazio Serrano, que es secretario de una asociación que persigue el reconocimiento de la singularidad de la vaquilla con el fin de que las administraciones tomen medidas que ayuden a su preservación.

«Ahora mismo, lo cierto es que la Universidad de Zaragoza y el Gobierno de Aragón, a través del Departamento de Agricultura, Ganadería y Medio Ambiente, están trabajando codo con codo con nuestra asociación y con los ganaderos para fomentar esta variedad», subraya Serrano

En la antigüedad, el Bos brachyceros y el Bos Avernensis, que descienden del mítico uro eurasiático y son variedades de la vaquilla, llegaron a estar presente en muchos territorios al norte de los Pirineos. Mientras que hoy, exceptuadas las riberas del Ebro, solo quedan algunos ejemplares en Irlanda, según ha estudiado Serrano. Desde allí, posiblemente, pasaron a los Estados Unidos, y todavía se pueden encontrar en Oklahoma.

«Defender el encaste furo del valle del Ebro es defender lo nuestro», dice Serrano, que lleva ya una década hablando con responsables del Gobierno de Aragón para que se impliquen en la conservación de lo que considera que es parte de la biodiversidad y el patrimonio cultural de la comunidad.

«Si pedimos que se proteja no es como un elemento de la tauromaquia, pues ese enfoque no tiene futuro alguno en Europa, sino como una muestra viviente de una raza característica de un territorio y muy vinculada a los orígenes del continente», explica.

El secretario de la asociación a favor de la vaquilla viene manteniendo contactos con organizaciones ecologistas, con la Facultad de Veterinaria de Zaragoza y con los partidos políticos movido por una sola idea: despertar el interés por lo que considera todo un símbolo de Aragón.

ENCIERROS A LA BAJA

Él sabe que, si las cosas no cambian, este animal enjuto y sufrido, muy diferente de los poderosos toros de lidia, tiene los días contados, por más que su efigie esté inmortalizada en el popular Torico de Teruel. «Los biólogos dicen que, por debajo de los 3.500 ejemplares, una especie está en peligro de extinción, y apenas queda un millar de vaquillas entre Zaragoza y La Rioja», afirma.

Algo que ayudaría a la conservación de la vaquilla y permitiría pensar en incrementar sus efectivos sería que las ganaderías en que aún se cría esta raza, alrededor de 25 entre Aragón, Navarra y el País Vasco, recibieran ayuda de los departamentos de Agricultura y de la Unión Europea.

Mientras eso llega, lo cierto es que la precaria pervivencia de la especie se sustenta exclusivamente en los festejos populares, desde los encierros a los concursos de anillas o recortadores. Pero estas modalidades taurinas secundarias han disminuido un 60% en Aragón desde que empezó el siglo XXI y no parecen tener el porvenir asegurado en una sociedad que, ya masivamente, ve en cualquier variante del toreo una forma de crueldad hacia los animales.

«Nuestra idea, que la hemos abordado con los máximos responsables de Agricultura y Ganadería, es crear una reserva, un espacio donde estos animales vivan en paz, con alimento suficiente, y donde se les pueda ver en su medio, como ya se ha hecho en Holanda y Alemania, por ejemplo», apunta Serrano.

La modesta vaquilla no tiene aptitud cárnica ni posee la imponente estampa de los toros que pacen en las dehesas del sur y el oeste de España, entre encinas y alcornoques. A cambio, junto con las choperas, su figura es parte inseparable del paisaje del Ebro en Aragón.

ARRINCONADAS

La vaquilla ha tenido siempre una existencia complicada, lo que explica que, en los albores del siglo XXI, apenas queden ejemplares en las tierras del Ebro. El golpe de gracia se lo dio la brucelosis bovina, que diezmó su población en los años 90 del pasado siglo. «Casi llegó a desaparecer entonces, pues murieron más del 90% de los ejemplares», afirma Inazio Serrano, licenciado en Ciencias Políticas que fue banderillero y novillero durante 14 temporadas, lo que le permite conocer el mundo de este animal autóctono «desde dentro».

En las guerras, pese a que es un bóvido de escasas carnes, ha sido utilizado como alimento en los momentos de mayor penuria. Por ejemplo, entre los años 1936 y 1939 del pasado siglo llegó a desaparecer por completo en algunas zonas ribereñas del Ebro.

Un río, por cierto, en el que el Bos brachyceros europeus y el Bos Avernensis han tenido siempre un hábitat a su medida, gracias a las hierbas y arbustos y a que ofrece un refugio frente a los secanos colindantes. Con todo, ni siquiera en las orillas del Ebro ha sido fácil su vida, pues las periódicas roturaciones le han ido privando de la cubierta arbórea que precisa para sentirse en casa.

Aun así, asegura Serrano, en la ribera zaragozana existen «auténticos paraísos» para las vaquillas, extensas fincas bañadas por el Ebro donde pacen plácidamente los pocos centenares de ejemplares que todavía quedan en Aragón.

«Realmente, si a día de hoy todavía hay vaquillas es debido al cariño y a la dedicación de un grupo de criadores», subraya el secretario de la asociación por la recuperación de esta especie en retroceso.

De ahí que Serrano se haya tomado muy en serio la investigación sobre los orígenes del bóvido, tanto desde el punto de vista histórico como genético. Unos estudios que le han puesto en contacto con otros esfuerzos en el mismo sentido, como los realizados por el Gobierno de Navarra, la Unión de Criadores de Toros de Lidia y las asociaciones de las razas Dexter y Kerry, ambas de Estados Unidos pero con demostrados vínculos con sus parientes europeos y con el uro, su común ancestro.