Cuando salimos a aplaudir al balcón o la ventana, todas las tardes sin excepción a las ocho en punto, mientras nos cruzamos las miradas con los vecinos que, incluso en las ciudades, nos resultan cada vez menos extraños, y poco a poco nuestros aplausos se sincronizan en una masa de sonido uniforme, pienso que, hasta la persona más desentrañada, al menos durante unos instantes, debe sentirse parte de algo muy grande.

Esa sensación de euforia, entre el orgullo de pertenencia y el éxtasis de una comunión multitudinaria, por efímera que sea, se ha convertido en un breve refugio de felicidad colectiva, una conquista temporal que tiene aún más significado en medio de unos días que, por lo demás, están siendo ingratos para la mayoría o, en demasiadas ocasiones, completamente dramáticos.

Una comunidad es un conjunto de personas que comparten una visión y un mismo destino. Nunca antes habíamos experimentado con tanta intensidad nuestros lazos sociales ni nos sentimos tan identificados con el otro. Jamás conjugamos tanto la primera persona del plural: Nosotros. Un nosotros que nos arropa maternalmente y nos protege frente a nuestro miedo más íntimo, la misma pesadilla que nos visita cada noche justo antes de dormir: que al final de toda esa competición descarnada contra uno mismo, en la que algunos han convertido la vida, no haya nada. El nosotros es la mejor vacuna contra la sociedad del vacío. Cada aplauso socava poco a poco la hegemonía del espíritu individualista de nuestra época.

Ese nosotros tiene forma de Estado y de Gobierno, pero también de sociedad civil: de voluntarios, organizaciones sociales, empresas, activistas, makers, oenegés, fundaciones… dando lo mejor de sí mismas para un mismo objetivo: reducir los efectos de la pandemia y salir cuanto antes de este doloroso tránsito.

Nunca es un oportunidad

Una crisis nunca es una oportunidad. Tenemos demasiado reciente la Gran Recesión como para admitir ese relato frívolo de mercadillo pseudoterapéutico, sería una falta de respeto a todas las personas que han perdido la vida y a sus familiares, y también a todas las que están viendo afectadas negativamente sus condiciones materiales de vida.

Pero es inevitable fijar nuestra atención ante algunas respuestas ejemplares y expresar nuestra gratitud ante la formidable envergadura de dignidad y resiliencia que están mostrando los aragoneses. Quisiera destacar de todos ellos a los voluntarios y voluntarias, tanto a los que vienen desarrollando esta importante labor desde hace tiempo, en las organizaciones agrupadas en la Coordinadora y Plataforma de Voluntariado como a todas aquellas personas que, libre y espontáneamente, han decidido pasar a la acción y ayudar a los demás.

Como los makers que se han afanado en inventar y producir modelos de máscaras faciales con sus impresoras 3D, o todas las tejedoras que han cosido mascarillas de tela, o los miles que se han ofrecido voluntarios en las plataformas que hemos impulsado desde las instituciones, o todas las empresas de Aragón en marcha, y los decenas de miles que, de forma autorganizada, silenciosa y altruista, están ayudando a la gente que tienen más cerca, a sus vecinos, a los más mayores, los dependientes y los vulnerables; creando una inmensa malla social, una segunda red que está siendo imprescindible en un momento de máximo estrés para el sistema público. Gracias a todos y cada uno.

Había una patria durmiente en nuestro sistema inmunitario colectivo, una constitución escrita en nuestras cadenas de ADN, un himno generacional en la respiración ahogada de cada ciudadano que lucha contra la neumonía, una bandera tejida de mascarillas caseras, como retales de una historia coral que contaremos a nuestros nietos y nietas.

Futuros desafíos

No creo que ganemos nada porque esto no es una guerra, pero sí podemos aprender alguna cosa que nos puede ser útil en el desafío que viene a continuación: la recuperación. Desde frenalacurva.net,la plataforma ciudadana que nació como una idea de mi equipo del Gobierno de Aragón y se ha replicado ya en 12 países, vamos a enfocarnos justamente en eso. Tras recopilar más de 800 iniciativas, impulsar un mapa de solidaridad que han visitado 300.000 personas y crear decenas de equipos transdisciplinares para dar soluciones ágiles, vamos a dedicar las próximas semanas a pensar en el día después.

La forma en cómo cosamos las heridas puede condicionar las próximas décadas de nuestra sociedad. La historia nos coloca en el tránsito de acelerar algunas decisiones que definirán el mundo que seremos. De pronto, el 2030 es hoy mismo. Sería muy conveniente que no olvidáramos algunas lecciones: la importancia de lo público, el papel de una sociedad civil plural y crítica; la irrelevancia de los localismos en un mundo global, y, sobre todo, que, mucho más que individuos, somos una gran comunidad.